TOMADO DE LA REVISTA AMBIENTICO # 114 MARZO 2003
MARIA MAGLIANESI
ESPECIALISTA EN MANEJO DE FAUNA SILVESTRE
Considerando que una gran proporción de los hábitats naturales en Latinoamérica no se encuentran en reservas, sino en manos de grupos indígenas y campesinos, y que más del 80% de las áreas protegidas tienen pobladores adentro (Colchester 1995), no es de extrañar que cada vez se hable más de la importancia que tiene la participación comunitaria en las iniciativas de conservación, para referirse a la cual existen ya muchos términos: conservación basada en la comunidad, proyectos integrados de conservación-desarrollo, manejo comunal, etcétera.
Hasta tiempos recientes se ha venido manifestando una tendencia generalizada a desacreditar el papel de las poblaciones indígenas en la conservación de la biodiversidad, subestimando sus conocimientos acerca de técnicas que favorezcan el uso sustentable de los recursos. Sin embargo, los grupos nativos suelen ser depositarios de un bagaje incalculable de conocimientos y tecnologías, producto de la experiencia acumulada a lo largo de muchas generaciones, que pueden contribuir notablemente en la conservación. Un ejemplo concreto sobre aprovechamiento sustentable de los recursos naturales lo constituye la cacería en huertas practicada tradicionalmente por los indígenas kunas en la comunidad de Cangandi (Ventocilla 1997); otro caso ilustrativo es el cultivo en terrazas desarrollado por las civilizaciones amerindias como forma de evitar los procesos de erosión del suelo en zonas con fuertes pendientes. En general, los países de la región latinoamericana son muy ricos en sistemas tradicionales de manejo de los recursos, por lo que lo pertinente sería aprovechar los conocimientos que muchos pueblos indígenas tienen acerca de los diferentes usos de la tierra, rescatando técnicas tradicionales. Si bien en algunos casos puede hacer falta la modernización de algunos sistemas tradicionales, ello podría hacerse rápidamente, lo cual supondría un gran ahorro de tiempo y esfuerzo que, de otro modo, deberían invertirse en la invención de nuevas técnicas de aprovechamiento racional de los recursos.
En el Parque Nacional Kaa-Iya (Bolivia), que con más de 3.000.000 de hectáreas representa el segundo más grande en el mundo, se han estado llevando a cabo estudios con participación activa de los pobladores (ellos efectúan los censos, los registros de huellas de mamíferos y otras actividades) con el fin de determinar el estado de conservación en que se encuentran los diferentes grupos de vertebrados. Propuestas como el establecimiento de calendarios de veda y la eliminación de ciertos métodos empleados en la cacería de subsistencia que no resultan selectivos (como el uso de perros o el trampeo) y que perjudican a la fauna silvestre, han surgido de los mismos indígenas, dando claras evidencias de preocupación por conservar la biodiversidad.
Es necesario implementar programas de manejo a partir de un enfoque comunal, dejando de lado las actitudes paternalistas que generan dependencia y no favorecen el mejoramiento de la calidad de vida de las comunidades indígenas, a fin de lograr un compromiso por parte de éstas, haciéndolas participar en la colección y análisis de la información biológica que permita conocer el estado en que se encuentra la fauna afectada por sus propias actividades, y de la cual dependen en gran medida para subsistir. La clave está en ver a los diferentes grupos indígenas como parte de la solución, no como parte del problema, y lograr un mayor vínculo entre las comunidades y los investigadores, tratando de establecer una fuerte relación benéfica con las comunidades y ayudándoles a manejar sosteniblemente los recursos de su entorno.
Para quienes llevan adelante proyectos integrados de conservación-desarrollo, acostumbrados a trabajar con las comunidades que se encuentran dentro o cerca de hábitats en peligro, resulta bastante desalentador admitir que los grupos locales no siempre son socios bien dispuestos en la tarea de conservar la diversidad biológica. A veces resulta difícil comprometer a los pobladores en todas las fases del diseño e implementación del proyecto y, entonces, las iniciativas de conservación pueden fallar.
Por otro lado, se han planteado críticas a los enfoques basados en la participación, como por ejemplo que ellos muestran resultados inconclusos, que requieren tiempos prolongados de seguimiento y apoyo y que los procesos son muy caros. Es cierto que llevan tiempo, pero son mucho más eficaces y sostenibles a largo plazo y, si bien es cierto que hace falta invertir más que en otros tipos de proyectos, el análisis de costos-beneficios termina resultando positivo.
En esa línea, un caso muy interesante lo constituyen las iniciativas de autodefensa, el surgimiento de reservas comunales y la organización de grupos covirenas (comités de vigilancia de los recursos naturales), cuyo objetivo principal es el control de la extracción de recursos por parte de personas ajenas a las comunidades. A partir de este mecanismo, la caza, la pesca y la extracción forestal devienen actividades reguladas por normas establecidas a nivel local, que comprenden sanciones para los infractores, hay personas encargadas de hacerlas cumplir y cabe la posibilidad de que cada habitante, convirtiéndose en guardián de la biodiversidad, denuncie a los infractores. Las mencionadas reservas representan un esfuerzo innovador para un uso sustentable de los recursos de importancia comunal y para seguir garantizando el abastecimiento local. Tales iniciativas deberían ser fomentadas, dado que constituyen formas concretas adecuadas a las necesidades y a las percepciones locales. Además, se crea un sistema de autovigilancia eficiente y barato, considerando que en la mayoría de los casos las áreas protegidas establecidas no cuentan con suficiente personal para evitar el deterioro o el saqueo de los recursos. Es más conveniente multiplicar estas iniciativas que impulsar otras formas de protección impuestas de arriba hacia abajo y que no son compatibles con la cosmovisión de los pueblos indígenas.
Colchester (1995) demuestra claramente la política de exclusión que ha predominado a lo largo del desarrollo del movimiento conservacionista desde la creación del primer parque nacional en el mundo en 1872. A partir de entonces se aplicó un modelo de conservación generalizada ignorando por completo la dimensión humana y sin considerar la pluriculturalidad que caracteriza a los países latinoamericanos. El alto grado de conflictividad que siempre ha existido entre comunidades indígenas y áreas protegidas se deriva de la política de discriminación, imposición y despojo a la que han sido sometidas esas comunidades históricamente en nombre de la conservación.
El reconocimiento de la importancia que tienen las prácticas tradicionales, junto con el rescate de técnicas ancestrales y la participación indígena, deben considerarse pilares fundamentales en la conservación actual. Es necesario fusionar el saber indígena con los conocimientos de la ciencia occidental e impulsar la participación indígena en proyectos de investigación y conservación de los recursos naturales, para lograr estrategias de conservación de la biodiversidad que resulten realmente eficaces.
Referencias bibliográficas
Colchester, M. 1995. Salvando la naturaleza: pueblos indígenas, áreas protegidas y conservación de la biodiversidad. UNRISID.
Ventocilla, J. "Cacería en huertas entre los indígenas kunas del Caribe de Panamá", en Fang et al. 1997. Manejo de fauna en la Amazonía.
7/9/07
PARTICIPACION DE LOS INDIGENAS EN LA CONSERVACION
en 0:58 Publicado por Rykardho
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