14/12/08

LEYENDA DEL ATRAPASUEÑOS

Inspirado en un cuento de tradición Lakota

Sucedió cuando nuestro mundo todavía era joven. Los palos de fuego de aquellos bárbaros extranjeros, aun no restallaban sus truenos de odio, codicia y muerte, contra nuestras naciones. Sin embargo yo, Hunkpapa, ya era un viejo líder espiritual de mi nación Lakota.
El sol de marzo, propicio siempre a los chamanes de mi estirpe, me invitó con sus diáfanas luces a remontar la montaña más elevada ante mis ojos y desde allí, exhalar el canto ceremonial que aprendí de mis ancestros. Crucé mis piernas debajo del sauce más viejo que pude divisar y encendí mi larga pipa ceremonial.
Luego de disponer mi espíritu, canté en lengua bendita diciendo:

¡Oh Gran Creador!
vengo a ti de manera humilde
y te ofrezco esta pipa sagrada.
Con lágrimas en mis ojos
y un antiguo canto de mi corazón,
yo rezo.
Rezo a los cuatro poderes de la Creación,
al Abuelo Sol,
a la Abuela Luna,
a la Madre Tierra,
y a mis Ancestros.
Rezo por mis nobles ataduras con la Naturaleza,
por todos los que caminan, se arrastran, vuelan y nadan,
visibles e invisibles,
y a los espíritus buenos que existen
en cada rincón de la espacio.
Rezo por que haya Belleza arriba de mí.
Belleza abajo de mí.
Belleza en mí.
Belleza a todo mi alrededor.
Ante todo rezo por no perder,
el sentido de la belleza.

Entre el humo del tabaco vi a IKTOMI, divinidad sagrada en nuestra cultura. El gran bromista se transfiguró en una inquieta araña, y me hablo en lengua santa. Su canto es difícil de traducir al habla común, pero mientras Iktomi cantaba su sabiduría, en la forma de la araña, tomó un aro del viejo sauce, donde yo soportaba mi cansada espalda. Luego con gran magia se agenció plumas; pelos; cuentas y ofrendas y empezó a tejer una atractiva red de telaraña dentro del aro de sauce.
Inmerso en su labor, Iktomi me cantaba acerca de los círculos de la vida. Entonces me vi como un recién nacido pegado al pecho de mi amorosa madre, luego era un niño correteando por las llanuras de mi aldea, después un apuesto joven exhibiéndome ante las muchachas de la tribu, de pronto era padre de muchos hijos y abuelo de una constelación de nietos, para seguidamente convertirme en un anciano a quien tenían que cuidar como a un bebé recién nacido. El círculo se había cumplido.
Iktomi quien no se detenía en su frenético tejido dijo:

“En cada tiempo de vida hay muchas fuerzas, algunas favorables a tu propia naturaleza otras nocivas y contrarias a tu ser, si te encuentras en las buenas fuerzas ellas te guiaran en la dirección correcta. Pero si te dejas persuadir por las fuerzas malas, ellas te lastimaran y te guiaran en la dirección equivocada”.

“El mundo, mi pequeño Hunkpapa, es grande y complejo. Los ojos y el entendimiento humano están lejos de abarcarlo. En él hay muchas potencias y múltiples direcciones, algunas pueden ayudar, mas hay otras que interfieren con la armonía de la naturaleza y con tu relación personal entre el gran espíritu y sus inesperadas enseñanzas”.

En medio de su canto, la araña continuaba entretejiendo su telaraña. Empezando de afuera y trabajando hacia el centro y luego repasaba desde el centro a la periferia del círculo, para después repetir el proceso en el cual engarzaba sobre la red, cuentas y ofrendas, procurando siempre un centro libre y hueco.

Cuando Iktomi terminó su red, me la entregó diciendo:
“Admira el circulo perfecto de esta telaraña, ella atrapará tus sueños más sublimes y luminosos. Atrapará tus visiones, ideas y nobles proyectos. Observa el agujero que he dejado en su centro, en él caerán los malos sueños y las ideas perversas. Usa la telaraña para ayudarte a ti mismo y a tu gente, úsala para alcanzar tus metas y hacer buen uso de las ideas, de los sueños y visiones, ahora purificadas por la magia del aro atrapa-sueños. Enseña a tu pueblo a elaborar la red. Que la cuelguen arriba en sus casas. Si creen en el gran espíritu, el disco escudriñará sus sueños ideas y visiones, la red de la vida atrapará lo mejor de ellos, lo nocivo huirá lejos por el agujero central y no será más parte de ellos”.

Entonces, enseñé a mi pueblo a elaborar la red de la vida, también les enseñé a respetar y proteger a las arañas. En honor de su origen, el número de puntos donde la red está unida al aro central son ocho por las piernas de Iktomi, la divinidad araña.

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LA LEYENDA DEL VOLCAN TURRIALBA (I)

Hace muchísimos años, antes de que los españoles vinieran a estas tierras, vivían en la región de lo que hoy conocemos como Turrialba, indios fuertes y valientes, dispuestos a defender su territorio y a las gentes de su tribu. Estos indios eran artistas y trabajaban el barro con mucha maestría. Ellos hacían vasijas y ollas, adornadas con lindos dibujos, también figuras de gente y de sus dioses. Eran inteligentes y cultos. Tenían su música y sus danzas. Los instrumentos musicales los fabricaban ellos mismos con pieles y cueros de animales que cazaban.
En ese tiempo, el cacique de la tribu era un hombre entrado en años, que había quedado viudo. Tenía una hija. La cuidaba como su mejor tesoro. Ella se llamaba Cira. Cira era una india muy bella, de quince años, de cuerpo esbelto, pechos en maduración y carnes morenas provocativas. Su cabello era largo y de color negro, era además caritativa y amorosa con todos; manejaba el arco y la flecha con destreza. Ella iba a bañarse al río, bien custodiada por otras mujeres de la tribu, que peinaban sus largos cabellos y los perfumaban con aceites de flores.

El cacique quería darla en matrimonio a un joven de la tribu, guapo y famoso cazador. Este joven regalaba a Cira conchas de colores para adornar su cuello y sus brazos. Pero Cira no lo quería. Ella estaba enamorada de un indio de otra tribu. Su amor era secreto y nadie, ni siquiera sus más íntimas amigas, lo sabían. Solo una vez lo había visto, cuando se reunieron todas las tribus de la región para danzar y jugar. Pero desde esa vez, la imagen del indio quedó grabada en su mente. Sólo quería verlo. Muchas veces, guiada por aquella idea, Cira se había adentrado en el bosque con la ilusión de encontrarse con él. ¡Nada! Parecía habérselo tragado la tierra.
Un día, las ganas de ver al muchacho no la dejaban dormir. Cira se levantó. Echó a andar como llamada por una voz extraña. La luna estaba clarísima. Alumbraba todo el campo. Silenciosa se alejó del campamento de su tribu. Estaba asustada y oía latir su corazón. Tenía miedo de que alguien de su tribu la hubiera seguido. Sus pies quebraban las ramitas secas, sintió miedo, gritó, pero las tinieblas devoraban su grito; comenzó a llorar. Los animales nocturnos huían asustados. Caminó y caminó, internándose cada vez más. Ya cansada de vagar se sentó a la par de un enorme tronco de un viejo árbol para recuperar las fuerzas por un momento, pero se quedó dormida. Los árboles dejaron penetrar hilos de plata que iluminaban el rostro de aquella virgen salvaje. Entonces tuvo un hermoso sueño: el hombre que ella quería llegó y le dio un beso. Cira se despertó sobresaltada, llamándolo. Cuando abrió los ojos vio a un joven indio, alto, y apuesto, que le sonreía dejando entrever una dentadura blanca y parejita ¡Era su amado! Efectivamente, él se había detenido ante aquel diamante rodeado de esmeraldas.
La alegría de encontrarse fue tanta que los jóvenes se abrazaron y se besaron una y otra vez. El hombre le cantó su amor acompañado del leve suspiro de las hojas que crujían ante el alba que nacía, débil cinta de plata iluminaba la pareja feliz; las estrellas temblorosas, como pétalos de rosa que se marchita, comenzaban a huir. Y allí nació un amor vigoroso y bello, como bella es la naturaleza que les sirvió de escenario. Mientras tanto, en la tribu de Cira había confusión, el padre de Cira había ordenado la búsqueda de la muchacha. Muchos indios andaban por todo el bosque llamándola desesperadamente, los caracoles punzaron el espacio con su grito de alerta. El viejo cacique, el primero, se internó en la selva que ocultaba a su diosa. Todos los indios con sus arcos lisos, le seguían de cerca. Caminaron, caminaron; el sol se desprendía alegre y coquetón de la cima.
Los dos amantes estaban ahí al pie del tronco, muy abrazados. Cuando su padre vio a ambos jóvenes, su enojo no tuvo límite y lanzó un grito que hizo temblar la selva, pues el indio pertenecía a otra tribu. Entonces quiso separarlos y matarlos, pero al levantar su arco para atravesarlos, la tierra se agitó y abrió sus entrañas y se tragó a los dos jóvenes. Luego salió una columna de humo sagrado, como testimonio o apoteosis del amor eterno entré ambos jóvenes de dos razas y de la tierra brotó lava y piedras hasta convertirse en un volcán.
Salud para todos, 1977; Miguel Salguero

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LA LEYENDA DEL VOLCAN TURRIALBA (II)

Muchos años ha, antes de la conquista, habitaban esta fértil región, indios fuertes y valientes. El Cacique, viejo viudo, cuidaba como único tesoro a su hija, hermosa joven de quince años, de cuerpo esbelto, de pechos en maduración, carnes morenas provocativas.
La Tribu vivía feliz. Cira, tal era el nombre de la joven india, era caritativa y amorosa con todos; manejaba el arco y la flecha con destreza.
Una tarde de verano en que el sol, como gota de sangre, se hundía tras la montaña, Cira sintió el encanto de la selva murmuradora y se inició por ella; fue recogiendo florecillas, internándose cada vez más. Ya el cielo arrojaba sus lágrimas. Cira, cansada, sentóse sobre un viejo tronco, la oscuridad de la selva la envolvía; sintió miedo, gritó, pero las tinieblas devoraban su grito; comenzó a llorar; su cuerpo fatigado buscó la fresca hierba, se quedó dormida. Los árboles dejaron penetrar hilos de plata que iluminaba el rostro de aquella virgen salvaje.

La selva crujió ante el paso de un hombre, los árboles lanzaron un quejido; un indio herrante, de otra raza, entraba en la selva; caminó un poco, se detuvo asombrado; ante sus pies estaba Cira, sus ojos dieron con aquel diamante rodeado de esmeraldas; se inclinó y posó sus labios, como roce de alas, sobre los de la hermosa india; la virgen se estremeció, púsose de pie, quiso huir, pero unos brazos fuertes rodearon su cintura; el indio alzó su presa y corrió hacia la cima, ahí se detuvo y sentó a Cira a su lado, le cantó su amor acompañado del leve suspiro de las hojas que crujían ante el alba que nacía, débil cinta de plata iluminaba a la pareja feliz; las estrellas temblorosas, como pétalos de rosa que se marchita, comenzaban a huir.
En la tribu de Cira había confusión; los caracoles punzaron el espacio con su grito de alerta.El viejo cacique, el primero, se internó en la selva que ocultaba a su diosa. Todos los indios con sus arcos listos, le seguían de cerca. Caminaron, caminaron; el sol se desprendía alegre y coquetón de la cima.
El viejo cacique lanzó un grito que hizo temblar la selva; Cira estaba allí, en brazos de otro hombre; los arcos inflaron sus vientres, prestos a arrojar sus lenguas mortales, pero la selva se agitó, abrió un inmenso vientre y ocultó a dos seres felices ya; una columna de humo sagrado salía de aquel vientre, como apoteosis del amor de dos razas.
Años después, cuando los intrépidos conquistadores allaron esta región, sus ojos se extasiaron ante aquella columna de humo sagrado, le dieron el nombre de torre-alba, que luego, con el trotar de los años, los moradores de esta región lo cambiaron por el de Turrialba.
Así nació nuestro Volcán Turrialba.

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LA LEYENDA DEL VOLCAN IRAZU

La luna llena plateaba la noche repleta de calma. Sentada a la orilla de un perezoso riachuelo, una pareja de enamorados conversaba quedamente. Ella frágil, esbelta y dulce, hija del cacique. El fsícj ágil, alto y fuerte, renombrado cazador y temido guerrero. La luna, testigo de su cariño, conocía de sus planes, de su constancia, zozobras y amoríos. Miraban plácidamente la inmensidad del cielo, con las manos entrelazadas, prometiéndose amor eterno, escuchando el bullicio silencioso de la plácida noche. Súbitamente, el silencio se interrumpió al crujir dolorosamente una rama seca que se quebraba. El guerrero de un salto se puso en pie con el filoso puñal desenfundado pero... el inquietante ruido no se repitió más, la armoniosa calma continuó. Una suave brisa transportaba el perfume de las fragantes flores silvestres.
La aldea, con sus pequeñas y numerosas chozas, con su imponente palenque y su majestuoso templo al Dios Sol, permanecía despierta. En las chozas, grupos familiares conversaban y reían al calor de los chispeantes fogones. En el templo, solemne silencio llenaba todos los rincones, la estatua de piedra erigida al Sol reflejaba, inconstantemente, las rojizas llamas de la tea permanente encendida en su honor.

En el palenque, los principales de la tribu oían, entre olores a carne asada y chicha de maíz, leyendas de los héroes del lugar, contadas cadenciosamente por un anguloso servidor del templo del Sol, quien, con mano hábil, golpeaba un tosco tambor que resonaba con furia cuando el relato se refería a momentos de peligro o heroísmo. El viejo cacique, sentado en sitio preferente, escuchaba con atención. Su rostro, cruzado por profundos surcos de experiencia, brillaba como si fuera de bronce, iluminado por las amarillentas llamas del fogón expresando intensa serenidad.
Como un felino entra en su cueva cuando no lo amenaza peligro alguno, así entró, arrogante y silencioso, el gran sacerdote al palenque. Paso a paso atravesó el lugar hasta acercarse al patriarcal jefe. Susurrante empezó su relato. Ninguno de los presentes oyó ni una palabra con claridad. El rostro del anciano, que reflejaba serenidad completa segundos antes, empezó a cambiar sucesiva y rápidamente de expresión.
Las llamas, primitivos reflectores, iluminaban la transfiguración: disgusto... apatía... leve interés... profunda atención... sorpresa... tristeza... enojo... cólera... furia.
El cacique lentamente se incorporó. El narrador automáticamente cortó su relato. El gran sacerdote, de ojos negros pequeñísimos y refulgentes, se apartó de su lado y el anciano, con paso lento pero firme, se dirigió hacia el templo.
Ante el monumento al Sol, rasgando sus vestiduras clamó: Sol todopoderoso, oh Dios inmenso! Con profundo dolor vengo hoy, triste día, a pedirte clemencia para nosotros y castigo ejemplar para quien no supo obedecer tus inflexibles mandatos. Mi hija, mi propia hija, insensatamente ha querido por mucho tiempo a un guerrero de la tribu de cazadores, enemigo de nuestra raza y nuestra religión. Por su sacrílego pecado, oh dios, te pido castigar su falta y maldecir al miserable infiel. Quejumbroso, al cacique continuó suplicando, primero con voz sonora y fuerte, luego con gritos poderosos, ensordecedores. La calma de la aldea fue desalojada por los retumbantes gritos del viejo que pedía, al Sol Dios, ejemplar castigo que fuese lección eterna para los pecadores irreflexivos y desenfrenados.
El Dios... le oyó. Con mano omnipotente tomó a la dulce y enamorada muchacha y con furia le incrustó en el azul del cielo, en el azul intenso, en el azul profundo, convirtiéndose en suave, blanca y vaporosa nube que engalanó por primera vez el cielo de Costa Rica.
El Dios vengativo no tocó al bravo guerrero, viril y valiente. Murió de soledad jurando luchar eternamente por alcanzar a su amada.
Como era tradicional, el intrépido guerrero fue enterrado en la llanura con los ritos y ceremonias dignos de sus méritos y rangos.
Sus amigos abandonaron pronto el lugar dejando en la tumba el cuerpo yerto, guardián del juramento eterno. Esa misma noche la tumba quebró la monotonía de la llanura, empezando a crecer. Con esfuerzo titánico creció convirtiéndose en túmulo, lentamente de túmulo en duna, despaciosamente de duna en loma, de loma en montaña, de montaña en el imponente Irazú. Irazú, centinela gallardo de aquella llanura. El juramento estaba cumplido...
En las mañanas frías, la nube blanca, vaporosa y femenina, cariñosamente envuelve al gigantesco Irazú, guerrero viril, disfrutando eternamente de su amor, el cual ni el omnipotente Dios del viejo cacique logró romper.
FUENTE: Castro, G. (1957)

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LEYENDA DE IZTARU (I)

Hace muchos años, antes de que los españoles llegaran a Costa Rica y Juan Vásquez de Coronado fundara Cartago, los grandes palenques se levantaban en las partes Norte y Sur de la región del Valle del Guarco.
La parte Norte, era gobernada por un cacique llamado Coo, de gran poder y de aplicación a la agricultura. La parte Sur la gobernaba Guarco, cacique déspota invasor.
Guarco y Coo sostenían una lucha por el dominio de todo el territorio (Valle Central del Guarco). La lucha fue grande; poco a poco, Guarco iba derrotando la resistencia de Coo, hasta que este murió y dejó en mando a Aquitaba, el cual era enérgico y fuerte guerrero. Cuando vio que iba a ser derrotado por Guarco, tomó a su hija "Iztarú", la llevó al monte más alto de la parte norte de la región y la sacrificó a los dioses, implorando la ayuda para la guerra.
Estando en una dura batalla con Guarco, Aquitaba imploró la ayuda de "Iztarú" sacrificada; del monte más alto salió fuego, ceniza, piedra y cayeron sobre los guerreros de Guarco que huyeron. Del costado del monte salió un riachuelo que se convirtió en agua caliente destruyendo los palenques de Guarco.
Una maldición cundió y se decía que los habitantes de Guarco trabajarían la tierra, haciendo con ella su propio techo (teja); el pueblo se llamó luego Tejar de Cartago, la región Norte Cot, y el monte alto volcán Irazú.
FUENTE: Gómez, J.A. (1978).

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LEYENDA DE IZTARU (II)

Iztarú, hija del cacique de Coo, fue llevada a la cima del volcán y ofrendada en sacrificio ante su dios, para detener la furia del Cacique de Guarco, Gran Señor de Purrupura.
La leyenda dice: Iztarú, hija de Coo, hizo estallar la tierra, y con ella a toda la gran montaña... y todos los pueblos de todos los confines de Nolpopocayán (América Central) sintieron la furia de Iztarú.
Entonces Guarco, el Gran Guarco lloró, al ver sus tierras cubiertas de ceniza mientras su población nadaba en el lodazal.
Guarco prometió y cumplió la paz. En tierras de Coo se sintió un simple temblor de tierra. La vida siempre floreció en Aquitava, Churruca, Chicagres y Chumazara en Tatiscú.

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LA LEYENDA DEL VOLCAN POAS

Costa Rica es un hermoso país de la América Central cuya exótica Geografía exhibe selvas espesas y montañas jalonadas por fieros volcanes. Uno de ellos es el Poás.
En las selvas que se extienden en los alrededores del coloso, viven infinidad de aves cantoras, muchas de ellas con nombres curiosos y muy originales. Sólo una, la más bella por los colores de su plumaje, es muda. Se llama Rualdo y es el principal protagonista de una hermosa leyenda indígena.
Cuenta esta leyenda que hace muchos siglos, antes de la llegada de los conquistadores, el Rualdo era un ave de plumaje corriente pero su canto era el más bello y melodioso de toda la selva.
En los límites de la jungla, cerca del volcán, había un poblado indígena. En una de sus chozas vivía una hermosa muchacha huérfana, amiga de los pájaros...
Todas las mañanas, al dirigirse al río con un pequeño cántaro, la doncella caminaba lentamente, mientras escuchaba extasiada el hermoso canto de las pequeñas aves...
En cierta ocasión, una pareja de Rualdos anidó cerca de su choza. Día a día la joven observaba complacida el alegre ir y venir de los pajaritos, llevando alimentos a su pequeñuelo.
Una mañana...

— Qué extraño, hace dos días no oigo el canto de los rualdos y el pequeño no hace más que piar desesperadamente.
— Algo tuvo que haberle ocurrido a los padres... jamás podrían abandonar a su cría así por así...
— Ven conmigo amiguito, yo te cuidaré hasta que seas grande y fuerte. Conmigo nadie te hará daño.
Desde entonces la muchacha se dedicó con sumo esmero al cuido del indefenso paj arillo. El animalito pronto creció y se hizo vivaz y cantarín, alegrando con sus trinos la morada de la solitaria joven.
El vínculo que se estableció entre el Rualdo y su ama, llegó a ser entrañable. El ave acompañaba a la joven en todo momento y lugar, ella le contaba sus cuitas y confidencias.
Un día...
— ¡La furia del Poás se ha desatado!
La tierra tembló violentamente y los habitantes del poblado salieron de sus chozas, presas del pánico. Mientras bajaban torrentes de lava por las laderas del volcán.
— ¡El dios del volcán está molesto, hay que calmar su furia antes de que sea demasiado tarde!
— ¡Reverenciamos tu grandeza gran dios del fuego y del trueno... compadécete de nosotros!
Los brujos pronunciaban oraciones ininteligibles y le ofrecían al dios volcánico animales y frutas. Mientras tanto, la joven huérfana corrió a esconderse al interior de su choza.
— No temas pequeño Rualdo, pronto pasará la furia del gran dios. El volcán rugía cada vez con mayor furia.
— El gran dios no se conforma con nuestras ofrendas... parece pedir algo más...
— Sí... y yo creo saber que quiere...
El brujo más anciano decidió acercarse a la lava para confirmar sus corazonadas
— Quiere un sacrificio humano
— ¡Soy tu confidente, gran dios del fuego... dime con qué ofrenda calmaremos tu furia!
El monstruo confió sus secretos al gran brujo...
— Quiero en sacrificio a la doncella más hermosa del poblado... la doncella más hermosa del poblado...
— ... La doncella más hermosa del poblado... yo sé bien donde vive... en la vieja choza con su Rualdo.
El brujo convocó a todos los líderes del poblado y los enteró sobre los deseos del dios del Poás.
— No hay tiempo que perder, vamos por esa doncella antes de que sea demasiado tarde.
En el interior de la choza, la joven yacía escondida en un rincón, acompañada de su Rualdo. Su corazón parecía avisarle del peligro que corría su vida.
De pronto...
— Sabemos que estás ahí muchacha, hemos venido por ti para sacrificarte al gran dios del fuego.
— No por favor, no quiero morir.
— Es inútil que implores piedad muchacha, todo el pueblo atiende los deseos del gran dios del volcán.
La doncella pronto comprendió su imposibilidad de luchar contra los designios de su pueblo. Su vida y su belleza eran inevitablemente el precio a pagar para salvar a los suyos de una muerte segura.
— Si me niego al sacrificio, el dios del volcán aniquilará entonces a todo este poblado y yo, de todas formas, moriré. Ofrendaré mi vida para cumplir la voluntad de mi raza y salvar así a muchas vidas inocentes.
Venciendo sus temores, la muchacha se entregó a los supremos sacerdotes.
A lo alto, el monstruo volcánico esperaba impaciente a su víctima.
El sacerdote condujo a la doncella cerca del cráter. Ahí, mascullando oraciones, la dejó en libertad para que avanzara hacia el fuego. No podría ya retroceder, a sus espaldas esperaban los cuchillos del pedernal...
— Por el bien de mi pueblo, por la salvación de mi raza, acógeme en tus entrañas, gran dios del fuego y de la lava...
La muchacha dio unos pasos vacilantes y entonces...
— Gran dios del Poás, te imploro el perdón para mi ama...
Volando en círculos sobre el cráter, mientras burlaba las lenguas de fuego, el Rualdo habló al volcán en el lenguaje misterioso de la naturaleza...
— A cambio de su vida te ofrezco la armonía de mi voz
Y el Rualdo cantó como nunca antes lo había hecho. La maravilla de sus melodiosos trinos vibraron en el ambiente, ahogando el rugido del coloso volcánico.
El Poás se enterneció, la dulzura de los cantos hicieron saltar sus lágrimas, llenándose con ellas el cráter en medio de una gran hu-madera.
El fuego y la lava se extinguieron, ocupando en su lugar una hermosa laguna que cubrió gran parte de la oquedad del volcán.
Testigos maravillados de tan soberbio espectáculo fueron la hermosa doncella huérfana y su noble Rualdo, el cual seguía volando en círculo sobre el enorme cráter...
Las ardientes emanaciones del fuego extinto habían secado su voz para siempre pero el calor doró sus plumas y las matizó de hermosos colores azul y verde.
En adelante la selva jamás volvería a deleitarse con la mágica armonía de sus trinos, pero su hermoso plumaje sería una melodía visual para todos aquellos que gozaban del privilegio de verlo volar sobre bosques y montañas. La doncella regresó a la aldea, en medio del asombro y el silencio reverencial de toda la población.
Cuenta la leyenda que el Poás, ennomblecido por el sacrificio del Rualdo, nunca dejó de llorar. De cuando en cuando deja escapar chorros de vapor caliente... son los llantos tardíos del gran dios del fuego y de la lava...
Oscar Sierra Quintero

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LA LEYENDA DEL VOLCAN BARVA

En aquellos tiempos en que los conquistadores españoles ocupaban nuestros territorios, dos de ellos, perdidos en los rincones de esas montañas, subieron hasta la cumbre del Barva. Mientras caminaban casi exhaustos de hambre y de cansancio, encontraron un inmenso tesoro, que los indios, en su fuga, habían dejado oculto.
Sus espíritus revivieron de gozo, pero uno de ellos sólo pudo disfrutarlo por pocas horas; la enfermedad y la fatiga lo rindieron y murió, después de haber encargado a su compañero que, con su oro, levantara allí una ermita a la Virgen del Pilar, que es la pa-trona de los españoles.
Este juró cumplir, pero luego la codicia lo aguijoneó haciéndolo pensar en adueñarse de todo el tesoro.
Enterró a su amigo y, loco de ambición, cargó el tesoro y caminó toda la anoche, y el siguiente día hasta que el sueño lo hizo tenderse a descansar. Al despertar vio con espanto que se hallaba en el mismo sitio donde había salido el día anterior y a la par de la tumba de su amigo. Mientras trataba de convencerse de aquello, vio aparecer sobre unas rocas una hermosa y bellísima muchacha que al mirarlo se cubrió el rostro y comenzó a llorar.

Admirado corrió hacia ella para hablarle y preguntarle el motivo de su llanto.
— Lloro —dijo ella—, por los hombres sin fe y que no saben cumplir la palabra empeñada.
Mas lleno de asombro le preguntó quién era.
— Pilar- dijo la niña y continuó llorando.
Recordando aquél su promesa, de nuevo ofreció hacerle el templo, con todo el tesoro, con tal que lo ayudara a salir del monte, pero ella entonces despreció su ofrecimiento y siguió llorando, tanto, tanto, que con su llanto fue llenando la oquedad del monte y como por encanto fue deshaciéndose. El fsícj, loco, desesperado, comenzó a buscarla alrededor de la laguna, llamándola, pero en vano y en su grito de angustia murió también.
Y es decir de las gentes, que por las noches, el que va a dormir solo al monte, ve levantarse de la laguna la iglesia de la Virgen del Pilar.
Ricardo Fernández Guardia

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LA LEYENDA DEL VOLCAN RINCON DE LA VIEJA

Esta es una encantadora leyenda que explica el origen del nombre del volcán Rincón de la Vieja.
La princesa Curabandá se enamoró de Mixcoac, jefe de una tribu enemiga vecina. Cuando su padre, Curabandé, se dio cuenta de la relación, capturó a Mixcoac y lo lanzó dentro del cráter del volcán.
Curabandá se fue a vivir a un lado del volcán y dio a luz un hijo. Para permitir que el hijo estuviera con su padre, ella también lo lanzó dentro del volcán.
Por el resto de su vida, Curabandá vivió cerca del volcán y llegó a ser una poderosa curandera. La gente se refería a su casa como el "Rincón de la Vieja". Desde entonces el volcán lleva ese nombre.

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LAS HORMIGAS DE NANDANYURE

Autor: Rafael Armando Rodríguez Gutiérrez Tomado de: Leyendas ticas de la tierra, los animales, las cosas, la religión y la magia. Compliado por Elías Zeledón.

Cuando este humilde servidor de ustedes, comenzaba a viajar por la provincia de Guanacaste, hace unos treinta y dos años, tuvo la feliz oportunidad de escuchar esta leyenda, en Santa Rita de Nandayure, contada por una viejecita en un rezo de novenario, ahí les va:
En cierta ocasión en que la bella Nandayure regresaba de una de sus frecuentes expansiones espirituales, por las alturas de los cerros de Maquenco y Las Camas, desde donde por horas de horas se quedaba extasiada contemplando el mar, sucedió que al llegar a su palenque en Beda, capital del señorío chorotega para antes de la conquista, encontró sus cosas revueltas y a sus numerosas esclavas vestidas con su misma ropa, en un alboroto singular.
Y sucedió que indignada montó en gran cólera y arrojó de su lado a las servidoras que tan mal uso hacían de su libertad en la ausencia de su ama y señora.

Y sucedió que Mantlatl, la jefe de todas, quien las había inducido al mal y era recomendada del cacique Nambí, se quejó a éste por lo que consideraba una afrenta a su nombradía; y el cacique la retornó a su puesto.
Y sucedió que inconforme Nandayure con el fallo de su pariente y señor, tomando la resolución por una grave ofensa a su dignidad, fue a la selva profunda e invocó al Espíritu Creador y le pidió consejo.
Y sucedió que el Gran Espíritu, que vela tiernamente por sus hijos los chorotegas y tenían en gran estimación a Nandayure, le dio el poder de cambiar las formas humanas de sus rebeldes servidoras.
Y sucedió que Nandayure llegada a la tribu, por pura curiosidad, empleo su poder con las jóvenes de su séquito y las convirtió en hormigas zompopas.
Y sucedió que al verlas así, consternada y muy triste se fue a pedir en el monte al Gran Espíritu otro poder para volverlas, pero el ente se negó a concederle esa gracia hasta tanto aquellas criaturas no pagaran con buenas acciones su mala acción.
Y desde entonces existe en toda la región de Nandayure, una clase especial de hormigas que tienen la virtud de adivinar los buenos y malos pensamientos que se esconden dentro del alma de las gentes y así proceden a desterrar de la contornada a todo aquel que se llega allí con malos propósitos.
Los campesinos de por esos lados aseguran que la leyenda es cierta, tan cierta como el aire que respiramos, pues las hormigas en gran diligencia se meten en a los sembrados y arrasan con las matas de aquellos labriegos que albergan malos sentimientos en su corazón.
El agricultor a quien tal daño se hace, está condenado a dejar la región, porque las hormigas de Nandayure jamás lo dejan prosperar.

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LEYENDA DEL VOLCAN TENORIO Y ESKAMECA

Entre los fundos de la Estación Experimental "Enrique Jiménez Núñez" allá en Taboga, Guanacaste, había en un principio una laguna detrás del Cerro de íos Cascabeles.
Actualmente sólo "talolingas" y "trompillales" marcan los vestigios de su sitio.
Esa enorme laguna parpadeaba espumas por los mil copos de jabón que semejaban las bandadas de garzas y zarcetas. Como una floración de sangre cuajada, salpicaba el plumaje de las garzas la bandada de pichones y de aves llamadas galán sin ventura, que semejaban al caminar, llamas vivas en zancos.
Cuentan los viejos que recorrieron la comarca, una talla... Que esa laguna albergaba un monstruo terrible que asolaba las proximidades de la región. En esos tiempos era de agua cristalina y como una floración de copos de luna arrebujaba en sus ondas los lirios acuáticos llamados "Nayurihes", con sus cálices de raso blanco, inmaculado, y de cuyas raíces, al quemarlos, los antiguos na-hoas-chorotegas obtenían una ceniza carmesí que servía de tinta indestructible para decorar vasijas y dar colorido a las plumas y tejidos de los mantos y crestones caciquiles.

Cuando el monstruo aparecía entre las aguas serenas, empañando el cristal del agua, emergían como suspiros que se remontaban al cielo, las bandadas de aves y quedaba el vidrio roto del espejismo del agua, convertido en lodo negro con olores nauseabundos.
Esto produjo pánico en la belleza nativa Eskameca, que casi pierde la vida a la visión del monstruo, una tarde de oro y zafir, cuando bañaba su cuerpo de curio, brillante como las mieles del carao. Al saberlo su amado y prometido Tenorí, de la tribu de Avancari, se propuso destruir a la alimaña. Vigiló constante muchos días y con muchas flechas de huizcoyol, envenenadas con "niek-yee" líquido de la terrible serpiente de la selva.
Sus guerreros lo iban dejando solo, presos del pánico cuando escucharon ruidos en el agua.
Sólo se supo que al final, al aparecer de nuevo el monstruo de la laguna, el indio agotó sus flechas con certera puntería y para rematarlo se lanzó a las ondas. Es cierto que la alimaña jamás volvió a sembrar terror en la comarca, pero nadie supo tampoco el destino que corrió el valiente indio Tenorí, que los libró de la amenaza. Sólo queda su recuerdo allá a lo lejos, perpetuada su memoria en el volcán Tenorio, como gloria y recuerdo de su hazaña y que las generaciones fueron cambiando su vocablo de Tenorí por Tenorio.
La bella y apasionada Eskameca, todas las tardes llegaba a vigilar la orilla de la laguna en reclamo de su amor y al transcurrir el tiempo, presa de esa ansiedad y enorme pena se fue agotando su cuerpo... se fue muriendo su encanto y en las noches de luna, o en las tardes brillantes de sangre crepuscular, aún se ve la sombra de la gentil Eskameca.
Y quien se acerca a la orilla para indagar el misterio, sólo logra ver como una cruz de fuego surcando el espacio... una enorme garza rosada y un galán sin ventura que se remontan al cielo y se van a perder en el cono del Volcán Tenorio, en el confín de la llanura.
J. Ramírez Saiza

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LA LEYENDA DEL CERRO ZURQUI (II)

Autor: Adaptación de la información compilada por Emilia Prieto. Supl. Zurquí, martes 20 de enero de 1981.
A pocos kilómetros de la ciudad de San José, se encuentran los valles del volcán Barva.
Hace muchísimos años vivió allí una princesa térraba llamada Turi Uha.
Turi Uha vivía tranquila en el poblado donde gobernaba su padre, el cacique.
Pero eran tiempos de guerra; y un día, un guerrero, que tenía la frente ancha como una montaña, cruzó los bosques del Zurquí para llegar a la tribu térraba.
El buscaba a Turi Uha, la mujer a quien amaba, la flor de sus valles.
La princesa también amaba al guerrero, pero ese amor estaba prohibido: sus tribus eran enemigas, por eso debían huir juntos en busca de otras tierras, lejos de su gente.
El amor no puede crecer en el territorio de guerra, por eso Turi Uha huyó por la montaña con el guerrero.
Sólo la acompañaron sus leales amigas.

Cuando el cacique, padre de Turi Uha se dio cuenta de ello, enfureció y marchó con sus guerreros en busca de los fugitivos.
El retumbar de los pasos y el chasquido de las ramas rotas al correr se oyeron por toda la montaña.
Y el enamorado guerrero, el de la frente alta como una montaña, cayó muerto por sus perseguidores.
Su alma subió a la cima del cerro, allí donde, según la creencia de su gente, habitan los muertos, en la morada del dios "Sibú".
La princesa y sus amigas continuaron huyendo a través de la selva. Turi Uha en su pena por la muerte del guerrero, sólo quería alcanzar la cima, donde habitaría con el alma de su amado.
Y mientras huyen de sus perseguidores, ocurre algo maravilloso: poco a poco sus cuerpos se vuelven ágiles, su piel se transforma en sedosas alas... han quedado convertidas en mariposas, que alzan vuelo para alcanzar el cielo.
Por eso suele vérselas en grandes cantidades por las mágicas cumbres del Zurquí.

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LA LEYENDA DEL CERRO ZURQUI

Turi uah pudo llamarse la Princesa de los Valles del Barva, la hija del cacique Térraba, cuya tribu caminó por las faldas del Zurquí.
Alguna vez sus labios habrán pronunciado Kap-kué (labio), an-gua (niño), di (agua), mientras el fuego separaba su cuerpo del frío, la niebla, la lluvia.
Turi uah pudo ser su nombre, el nombre de la que dijo un día "shin" (nosotros), "bob" (contigo), al guerrero que cruzó los bosques del Zurquí para buscarla.
El guerrero tiene la frente alta como un espejo de plata, como un monte que recibe a la lluvia. El guerrero ha dicho a Turi uah que ella es su flor de los valles. Pero, deberán buscar una [sic] mañana en otro lugar, porque éste es el país del llanto, y la ceniza; éste es el territorio oscuro de la guerra y el amor no puede llevarse a la princesa al lado del enemigo.
Turi uah huye por la montaña con el guerrero de la frente como un espejo; hunden sus pies en la tierra pródiga; verde, húmeda; abren heridas que son caminos; la tierra cura y cierra las heridas para que no puedan encontrarlos.

Pero el cacique quiere a Turi uah en su aldea. Los busca. Se oye la respiración de los indios rompiendo el chasquido de sus pasos, acelerando el correteo de las aguas. Por los poros del bosque entran el golpe seco y el grito negro del que viene a matar: ¡Zruga!
No tarda en caer el guerrero de la frente de plata, y su alma va allá, a la cima del cerro donde viven los muertos y la niebla protege sus casas. Es el país del Sibú, eternamente.
La princesa y sus amigos lloran de pena, con el corazón apretado por la tristeza. Avanzan por las selvas buscando la cumbre. Sus cuerpos se hacen veloces, cambian la piel por las plumas tibias del jilguero, sacuden y abren las alas que las subirán hasta el cielo.
El canto de los jilgueros es frágil y dulce, y siempre está vestido de luto. El jilguero es un pájaro solitario, aunque sea infinito el número de los que invaden los bosques con su canto, buscando las cumbres donde vive el guerrero. Es por eso que se les oye en serranías mágicas del Zurquí.
(Anónimo: S.N., 1979)

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LEYENDA CHOROTEGA EL CACIQUE NAMBI

El rico pueblo de Nicoya se preparaba a celebrar en la tarde de aquel día una de sus grandes fiestas tradicionales. La gran plaza que hacía frente al templo del sol lucía su gran majestuosidad.
Dos horas antes de la puesta del sol llegó el cacique Nambí, seguido de gran número de nobles, cortesanos y guerreros. Adelantóse solemnemente el cortejo hacia el templo frente al cual estaban dispuestos numerosos banquillos en que se sentaron Nambí y los suyos, porque en los bailes de aquel día sólo debía tomar parte la gente plebeya. Dividiéndose los hombres en dos filas y colocándose la una frente a la otra, sonaron los atabales y rompieron a bailar y cantar.
Al poco rato aparecieron muchas mujeres trayendo vasijas llenas de chicha de maíz muy fuerte. Otro grupo más pequeño, compuesto de las más hermosas doncellas de Nicoya, se dirigió hacia donde estaban el cacique y los nobles que le acompañaban. Al frente de las demás venía una preciosa muchacha cuyo nombre era Miri.
Todos quedaron embelezados al verla adelantarse al tiempo que Nambí no separaba sus ojos de ella.

Llegó la noche y la embriaguez era general, pronto ya solo quedaba en pie Nambí, que era un gran bebedor, además de corrompido y de malas costumbres por lo que hacia honor a su nombre que en lengua chorotega significa “perro”. Miri se dirigió hacia él y le ofreció su cántaro, Nambí a su vez trató de abrazarla, pero esta lo rechazó con ira, hasta que Nambí sucumbió vencido por la borrachera.

No bien cayó Nambí, Miri hecho de andar apresuradamente hacia la playa, donde se reuniría con Tapaligui hijo del Cacique de Chira, guerrero cuya valentía y extraordinaria fuerza le habían conquistado gran fama entre los pueblos y su nombre era respetado y temido.
Tapaligui reafirmó su amor a Miri y le reveló la intención de atacar Nicoya para raptarla el día de la gran fiesta del sol.

Llegado el gran día, la concurrencia esperaba impaciente la inmolación de la primera víctima. Un prolongado rumor anunció la llegada de Nambí y su corte. Durante la celebración, Nambí no se separaba de Miri que impacientemente esperaba la llegada de Tapaligui y sus guerreros. De pronto, Nambí se abalanzó sobre Miri quien lo rechazó y ridiculizó ante el pueblo. El cacique en un arranque de cólera la condenó a muerte; Miri fue llevada a la piedra de sacrificio donde el sacerdote no tardó en sacrificarla, luego arrancó el corazón y elevándolo sobre su cabeza ofreció al sol. En este momento silbó una flecha y el verdugo cayó al suelo; Tapaligui hizo su aparición y luego de mirar el cuerpo de su amada se abalanzó sobre Nambí, donde tras feroz lucha le dio muerte. Al propio tiempo los guerreros empezaban a combatir, cuando de súbito un trueno rasgó la atmósfera. Allá en el mar, balanceándose suavemente sobre las aguas, estaba un barco; en su popa flameaba el pendón de Castilla y por una de sus bandas humeaba aún la boca de un cañón. Espesos nubarrones cubrieron el cielo y apagaron su brillo.

El culto del sol había muerto. Comenzaba la historia de una nueva etapa.

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LEYENDA BRIBRI Terremoto Í

La historia bríbri nos habla de Í, el terremoto. Í es una oruga que es un ser espiritual. Sibö Dios mantiene a la humanidad en cuatro canastas, que suspenden de un mecate cada canasta. Sibö le dio la misión a Í el terremoto para que en cierto tiempo, pueda mover esas canastas para anunciar a la humanidad lo que va a ocurrir. Cuando esto sucede se producen movimientos telúricos. Por eso a veces Ï mueve una o dos canastas, aunque puede mover a todas, pero Sibö no se lo permite. Algunas veces Sibö quiere saber si hay suficiente maíz en las canastas, el maíz se refiere a los indígenas, entonces el movimiento es leve, de igual manera si hay mucha lluvia, significa que el tiempo va a cambiar.

Pero hay daños, esto quiere decir que la humanidad debe cambiar su comportamiento, porque de lo contrario vendrán días difíciles como la guerra, pestes, escasez, hambre, enfermedades y muerte. Si la humanidad no escucha, Í sacude fuertemente las canastas, produciendo grandes tragedias y las personas que mueren victimas del terremoto es comida para Í, porque come la sangre y el espíritu de las personas muertas.
Para evitar que Í haga más daño. Sibö enseño a los indígenas a defenderse. Cuando se siente el movimiento sísmico rápidamente se buscan las piedras que se usan para moler y se golpean fuertemente una con la otra, esto ahuyenta a Í porque siente que le majan los dedos. También se coge semillas de cacao seco que se tiene para hacer chocolate y se pone en una olla de barro en el suelo y con una cuchara de palo se mueve constantemente o si tiene un mecate de bejuco extendido para colocar las manos de banano, el mecate se corta por los dos lados para que las manos de banano caigan al suelo. Estos secretos ayudan a evitar grandes tragedias si la persona que lo hace es de buenos principios.
Tomado de Tradición Oral Indígena Costarricense.

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