7/9/07

CONSERVACIONISTAS E INDIGENAS CONFLUYEN

TOMADO DE LA REVISTA AMBIENTICO # 114 MARZO 2003
CLAUDIA QUAN
ESPECIALISTA EN MANEJO DE VIDA SILVESTRE
Se estima que actualmente la población indígena mundial oscila entre 300 y 500 millones de personas (Colchester 1995), lo que representa por lo menos el 5% de la población total del planeta. La mayoría se concentra en los países del Tercer Mundo, por lo que su existencia está inmersa en una compleja red de problemas políticos, económicos y sociales.

Desde el inicio de los procesos de colonización, dados a partir del siglo XVI, la vida de los pueblos indígenas estuvo marcada por la esclavitud, la marginación, el genocidio y la enajenación de sus propiedades físicas y culturales. Las causas primeras de este proceso fueron básicamente políticas y económicas. Más recientemente los pueblos indígenas sobrevivientes han tenido que enfrentarse a una nueva amenaza, la usurpación de sus territorios en pro de la conservación de la naturaleza.
El movimiento conservacionista se ha gestado dentro de la sociedad occidental colonizadora. Las primeras ideas sobre la preservación de la naturaleza se remontan muy atrás en la historia, pero no fue sino hasta finales del siglo XIX que ese movimiento tomó fuerza, iniciándose un proceso de creación de reservas y áreas protegidas que trajo como consecuencia la enajenación de muchos de los territorios indígenas para "preservarlos de la destrucción humana".
La principal preocupación de las personas vinculadas a ese movimiento es asegurar la permanencia de la mayor diversidad de organismos posible, como también de los hábitats y procesos relacionados con aquéllos. Por su parte, los pueblos indígenas se preocupan principalmente de conservar los recursos necesarios para su subsistencia. A lo largo de su interacción milenaria con los ecosistemas en que habitan, ellos han "aprendido" a explotar sus recursos de forma sostenible, lo que hace a sus territorios los mejor conservados y codiciados por los conservacionistas y otros grupos de interés (madereros, empresas turísticas, industria minera, etcétera).
Conservacionistas e indígenas, pues, tienen en común la meta de conservar a largo plazo la vida silvestre y los ecosistemas; sin embargo, como sus motivaciones y métodos difieren, han entrado en conflicto. Mas el contar con una meta común y con enemigos comunes (políticas estatales tradicionales, intereses económicos dominantes a nivel mundial…) puede ayudar a concretar una relación de cooperación entre ambas corrientes, lo cual no deja de tropezar con varios obstáculos. Los conservacionistas modernos han adquirido mucha experiencia en manejo de reservas, lo que los hace cada vez están más conscientes de la importancia de la participación de las comunidades locales en la gestión de las áreas protegidas. No obstante, la implementación de esto último suele dificultárseles a los profesionales de la conservación (en su mayoría biólogos y ecólogos) debido a su formación pragmática y cientifista, que suele alejarlos de la realidad social de los países en los que laboran. Además, la mayoría de las personas en este campo son de ascendencia o cultura occidental, por lo que conservan el paternalismo y los prejuicios hacia los indígenas, haciéndoseles muy difícil comprender los puntos de vista de estos pueblos y los conceptos que ellos tienen sobre la naturaleza y el manejo de los recursos.
Por parte de los conservacionistas también existe renuencia a creer que los pueblos indígenas sean realmente buenos manejadores de sus recursos. Aunque a estos pueblos, se les ha llamado incluso conservacionistas naturales, es posible que sus acciones no sean conscientes, sino más bien un reflejo de su adaptación natural a los recursos y tecnologías con las que cuentan para su supervivencia. Siendo este último el caso, existe el temor de que la exposición de estos pueblos a presiones y tecnologías externas haga cambiar sus patrones de conducta y se pierda la sostenibilidad de sus sistemas de vida. Tal temor no es del todo infundado, ya que existen algunos ejemplos de culturas indígenas ancestrales que pudieron afectar de forma dramática y negativa sus recursos (v.g., desaparición de la megafauna americana en el pleistoceno, decaimiento de la civilización maya). Más recientemente, se ha visto que la pobreza, el crecimiento poblacional, las presiones gubernamentales para la integración a la economía global y la aculturación de los jóvenes ha modificado las actitudes de algunos de estos pueblos. Sin embargo, los derechos de autodeterminación de los indígenas hacen difícil frenar estos procesos de forma externa, ya que esto implicaría un primitivismo forzoso para obligar a la preservación de sus costumbres y prácticas. Lo anterior, además de ser reprobable éticamente estancaría la evolución natural de las culturas indígenas, condenándolas quizá a una lenta extinción.
Otro problema importante es que tanto los conservacionistas como los pueblos indígenas desconocen, en la mayoría de los casos, los objetivos y motivaciones del otro grupo, así como sus potencialidades como colaboradores frente a los enemigos comunes. Los conservacionistas, inmersos en la cultura occidental, se manejan muy bien dentro del ámbito político y económico mundial y poseen muchos conocimientos teóricos sobre conservación. Los pueblos indígenas, por su parte, son los mejores conocedores de sus territorios y de la vida silvestre que en ellos existe, producto de la acumulación de conocimientos prácticos a lo largo de varias generaciones. Además, sus sociedades poseen una base filosófica y espiritual más acorde con los objetivos de la conservación que las sociedades occidentales.
Para superar la falta de cooperación entre conservacionistas y grupos indígenas hay tres recursos principales. Primero, promover la formación de conservacionistas sobre la base de la interculturalidad, la no discriminación, el respeto a los derechos de los pueblos indígenas, la importancia de la participación de las comunidades locales en los procesos de conservación y la relevancia de los conocimientos de esas minorías étnicas. Segundo, lograr una revalorización de las culturas indígenas, de preferencia gestada dentro del mismo seno de esos pueblos, con lo cual se eliminaría la autodiscriminación que muchos de ellos experimentan y sus tradiciones y prácticas serían asumidas con orgullo, disminuyéndose la susceptibilidad ante las presiones externas. Y, tercero, se hace necesario que los pueblos indígenas se transformen de "conservacionistas naturales" a "conservacionistas conscientes", lo que hará que, consecuentemente con su poder de autodeterminación, elijan conscientemente (y no por oportunismo) aplicar técnicas y estrategias de subsistencia que favorezcan la conservación de la naturaleza, no con esto estando limitada la utilización de las tecnologías que ellos crean convenientes y apropiadas para sus fines.
Solo logrando un verdadero conocimiento, respeto y cooperación igualitaria entre los pueblos indígenas y los conservacionistas se podrá obtener una exitosa y justa conservación de los recursos naturales dentro de los territorios indígenas, en beneficio de estos pueblos y de todos los demás del mundo.

Cristianismo, indígenas y conservacionistas
Los fundamentalistas cristianos del medioevo consideraron el bosque y la vida silvestre como un entorno salvaje y caótico, poblado de brujos paganos que lograban su poder de las fuerzas malignas y peligrosas de la naturaleza. Con esta visión llegaron a América los primeros misioneros cristianos, que consideraron las religiones indígenas como ritos de "adoración diabólica". Esta perspectiva llevó a los conquistadores a intentar sistemáticamente erradicar las creencias religiosas de los indios americanos mediante la eliminación de sus culturas e incluso del genocidio, y, por supuesto también, mediante la imposición de la religión católica (en Guatemala, por ejemplo, las diócesis católicas recibían "premios" de la corona, si lograban eliminar el uso del idioma nativo en sus áreas de influencia y si conseguían el bautizo de sus fieles [Secaira 2000]). Sin embargo, mucho de la cultura indígena ha logrado sobrevivir por medio de la lucha silenciosa y la práctica privada de las religiones vernáculas.
Junto con la pérdida parcial de sus religiones, los pueblos indígenas han modificado también sus patrones de conducta y de utilización de sus recursos, adoptando los de Occidente. La visión de la iglesia cristiana, que considera al hombre como un elemento separado del resto de la naturaleza, ha llevado a una actitud irrespetuosa e irresponsable en el uso de los recursos naturales.
Recientemente, ante la crisis ambiental generada por la cultura occidental cristiana, la iglesia católica ha tratado de modificar la actitud de sus fieles, utilizando partes del Antiguo Testamento para promover "una visión del hombre como guardián de la naturaleza". Los escritos de místicos medievales como San Francisco de Asís y Hildegaard de Bingen y, más recientemente, el aporte de otros teólogos, han dado surgimiento a la llamada eco-teología, y también se han creado pastorales en pro del ambiente.
La mayor apertura a la interculturalidad por parte de algunos sectores cristianos ha abierto espacios para el resurgimiento de la espiritualidad indígena y de sus antiguos valores respecto del entorno natural. Esta situación puede ayudar a promover la conservación de los recursos naturales y debe ser explotada por los conservacionistas para conseguir aliados en su lucha.

Referencias bibliográficas
Colchester, M. 1995. Salvando la naturaleza: pueblos indígenas, áreas protegidas y conservación de la biodiversidad. Instituto de Investigación de las Naciones Unidas para el Desarrollo Social. Ginebra.
Lehm, Z. 1993. El Bosque de Chimanes: Un escenario de conflictos sociales (1986-1993). Fao/FTPP/Resolve.
Redford, K. y A. Stearman. "Forest-Swelling Native Amazonians and the Conservation of Biodiversity: Interest in Common or in Collision?” en Conservation Biology. 7(2), 1993.
Secaira, E. 2000. La conservación de la naturaleza, el pueblo y movimiento Maya, y la espiritualidad en Guatemala: Implicaciones para conservacionistas (Resumen). Proarca - Capas. Guatemala.

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