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PALABRAS SABIAS

Los blancos sólo contaron un lado. Lo dijeron para complacerse a sí mismos. Dijeron mucho que no es verdad. El hombre blanco ha contado sólo sus propias acciones buenas y sólo las peores acciones de los indios.
— Lobo Amarillo de los Nez Percés, 1879

¡Vender el territorio! ¿Por qué no vender el aire, las nubes y el gran océano? ¿Acaso el Gran Espíritu no creó todo eso para el uso de sus hijos?
— Tecumseh (Tigre Agazapado), General Shawnee

La tierra es parte de nuestro cuerpo, y nunca renunciamos a la tierra.
— Toohoolhoolzote, profeta Wallowa, 1877

La tierra fue creada con la ayuda del sol y debería dejarse como estaba... El campo fue hecho sin líneas de demarcación, y no es asunto de hombre alguno dividirlo... Quien tiene el derecho de disponer de la tierra es quien la creó.
— Heinmot Tooyalaket (Jefe Joseph) de los Nez Percés, 1879

No queremos iglesias, porque nos enseñarán a pelear por Dios. No queremos aprender eso. A veces peleamos con los hombres por las cosas de esta tierra, pero nunca peleamos por el Gran Espíritu. Nosotros no queremos aprender eso.
— Heinmot Tooyalaket (Jefe Joseph) de los Nez Percés, 1873


Cuando la locura terminó, Pie Grande y más de la mitad de su gente estaban muertos o seriamente heridos. Se supo de 153 muertos, pero muchos de los heridos se alejaron arrastrando para morir después. Se calculó que, de los 350 hombres, mujeres y niños que se encontraban ahí, casi 300 murieron.
Era el cuarto día después de Navidad en el Año del Señor 1890. Cuando los primeros cuerpos destrozados y sangrantes fueron acarreados dentro de la iglesia iluminada por velas, los que estaban conscientes pudieron ver los adornos navideños colgando de las alfardas. Atado frente al presbiterio había un estandarte crudamente escrito: PAZ EN LA TIERRA, BUENA VOLUNTAD A LOS HOMBRES.
— Dee Brown, "Enterrad mi corazón en Wounded Knee”

Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestras maneras. Una parte de la tierra es igual para él que cualquier otra parte, pues es un extraño que llega de noche y toma de la tierra lo que necesita. La tierra no es su hermana sino su enemiga — y una vez conquistada, se larga.
— Jefe Seattle de los Suquamish, 1853

Desde su juventud, Caballo Loco (Tashunka Witko) supo que el mundo en que vivían los hombres era sólo una sombra del mundo real. Para entrar al mundo real, él tenía que soñar y cuando estaba en el mundo real todo parecía flotar o bailar. En este mundo real, su caballo bailaba como si fuese salvaje o estuviese loco, y por esta razón se llamaba a sí mismo Caballo Loco. Había aprendido que si entraba soñando en el mundo real antes de una pelea, podría resistir cualquier cosa.
— Dee Brown, "Enterrad mi corazón en Wounded Knee”
Cada parte de esta tierra es sagrada para mi gente. Cada colina, cada valle, cada llanura y cada huerto han sido bendecidos por algún suceso triste o feliz ocurrido en tiempos desaparecidos hace mucho.
Hasta las piedras, que parecen sordas y muertas quemándose bajo el sol en la silenciosa playa, se estremecen con los recuerdos de sucesos conmovedores ligados a las vidas de mi gente. Y el polvo mismo que ahora pisas responde más amorosamente a nuestras pisadas que a las tuyas, porque está enriquecido con la sangre de nuestros ancestros, y nuestros pies desnudos están conscientes de su benévolo contacto.
— Jefe Seattle de los Suquamish, 1853

De los 3, 700,000 búfalos destruidos entre 1872 y 1874, sólo 150,000 fueron matados por Indios. Cuando un grupo de tejanos consternados le preguntaron al General (Philip) Sheridan* si no debería hacerse algo para detener a los cazadores blancos y la matanza comercial de búfalos, él respondió: "Que maten, desollen y vendan hasta que el búfalo haya sido exterminado, pues es la única manera de producir una paz duradera y permitir el avance de la civilización."
— Dee Brown, "Enterrad mi corazón en Wounded Knee”
* El General Sheridan también es reconocido como el autor de la vergonzosa frase: "Los únicos Indios buenos que he conocido estaban muertos."
Entendemos que su religión está escrita en un libro. Si estuviese destinado para nosotros también, ¿por qué el Gran Espíritu no nos lo ha dado? ¿Por qué no les dio a nuestros ancestros el conocimiento de ese libro, con los medios para entenderlo apropiadamente?
Hermano, dices que sólo hay una manera de rendir culto y servir al Gran Espíritu. Pero si existe una sola religión, ¿por qué es que ustedes los hombres blancos difieren tanto al respecto? ¿Por qué no están de acuerdo entre ustedes, siendo que todos pueden leer el libro?
Hermano, el Gran Espíritu nos ha creado a todos. Pero ha creado grandes diferencias entre sus hijos blancos y sus hijos rojos. Nos ha dado un color de piel diferente y costumbres diferentes. Puesto que ha creado diferencias tan grandes entre nosotros en otras cosas, ¿por qué no podemos concluir que nos ha dado una religión diferente, de acuerdo a nuestro propio entendimiento?
Hermano, no deseamos destruir tu religión ni quitártela. Únicamente queremos gozar de la nuestra.
— Jefe Casaca Roja de los Seneca, 1805

Tu religión fue escrita sobre tablas de piedra por el dedo férreo de tu Dios, para que no lo olvidaras. El hombre rojo no podría comprenderla ni recordarla jamás.
Nuestra religión está en las tradiciones de nuestros ancestros —los sueños de nuestros ancianos, que el Gran Espíritu les entregó en las solemnes horas de la noche, y las visiones de nuestros jefes— y está escrita en los corazones de nuestra gente.
— Jefe Seattle de los Suquamish, 1853

Tus muertos dejan de amarte y a la tierra donde nacieron en cuanto atraviesan los umbrales de la tumba y vagan más allá de las estrellas. Pronto son olvidados y nunca regresan.
Nuestros muertos nunca olvidan el hermoso mundo que les dio el ser. Siguen amando sus verdes llanuras, sus ríos murmurantes, sus magníficas montañas, sus apartados valles y sus frescos lagos y bahías, y por siempre añoran con tierno afecto a los vivos de corazón solitario, y a menudo regresan del Gran Más Allá para visitarlos, guiarlos, consolarlos y confortarlos.
Y cuando el último hombre rojo haya muerto y el recuerdo de mi tribu se haya convertido en un mito entre los hombres blancos, estas playas bullirán con los muertos invisibles de mi tribu.
De noche, cuando las calles de tus ciudades y pueblos estén silenciosas y pienses que están desiertas, se atestarán con el regreso de los anfitriones que una vez los llenaron y que aún aman a esta hermosa tierra. El hombre blanco nunca estará solo.
Que el hombre blanco sea justo y trate con amabilidad a mi gente, pues los muertos no están impotentes. ¿Muertos, dije? La muerte no existe. Sólo es un cambio de mundos.
— Jefe Seattle de los Suquamish, 1853

Nací en las llanuras donde el viento soplaba libre y no había nada que detuviera la luz del sol. Nací donde no había cercados. Vivía en paz cuando la gente comenzó a hablar mal de mí. Ahora quiero saber quién ordenó mi arresto. Le rezaba a la luz y a la oscuridad, a Dios y al sol, que me dejaran vivir en paz con mi familia.
— Goyathlay (Geronimo) de los Apaches Chiricahua, 1885

Si un hombre pierde algo, y regresa y lo busca con cuidado, lo encontrará. Y eso es lo que los Indios están haciendo ahora, cuando te piden que les des lo que les fue prometido en el pasado. Y no considero que deban ser tratados como bestias, y por esa razón he crecido con los sentimientos que tengo.
Siento que mi pueblo ha adquirido un mal nombre, y quiero que tenga un buen nombre. Y a veces me siento y me pregunto quién le dio un mal nombre.
— Tatanka Yotanka (Toro Sentado) de los Sioux Teton, 1883

Había una mujer con un bebé en sus brazos que fue asesinada cuando estaba a punto de tocar la bandera de tregua, y las mujeres y los niños por supuesto se esparcieron por todo el campamento circular hasta que fueron matados. Muy cerca de la bandera de tregua, una madre fue acribillada con su bebé. El niño, sin saber que su madre estaba muerta, seguía mamando, y ésa fue una escena especialmente triste. Las mujeres, mientras escapaban con sus bebés, fueron asesinadas juntas, atravesadas por las balas, y las mujeres embarazadas también fueron asesinadas. Todos los Indios huyeron en estas tres direcciones y, después de que casi todos ellos habían sido asesinados, alguien gritó que todos los que no habían muerto debían salir y que estarían a salvo. Unos niños pequeños que no estaban heridos salieron de sus refugios y, en cuanto estuvieron a la vista, muchos soldados los rodearon y los asesinaron ahí mismo.
— Caballo Americano de los Oglala Sioux, 1891

Yo no sabía entonces cuánto había terminado. Cuando miro atrás desde la alta colina de mi vejez, aún puedo ver a las mujeres y los niños asesinados, amontonados y esparcidos a todo lo largo de la cañada, tan claramente como los vi con ojos aún jóvenes. Y puedo ver que algo más murió ahí en el sangriento lodo y quedó enterrado en la ventisca. El sueño de un pueblo murió ahí. Era un sueño hermoso. Y a mí, que se me otorgó una visión tan grandiosa en mi juventud, me ves ahora: un viejo lastimero que no ha hecho nada, pues el Aro de la Nación está roto y esparcido. Ya no hay un centro, y el árbol sagrado está muerto.
— Hehaka Sapa (Alce Negro), Shamán de los Oglala Sioux, 1931

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