9/8/07

!SEAMOS INDIGENAS!

EDITORIAL REVISTA AMBIENTICO
FEBRERO 2006 # 149

En su interacción con la naturaleza y en sus relaciones sociales internas, los pueblos indígenas americanos están en un estadio superior al nuestro gracias a que no avanzaron junto con nuestras sociedades mestizas por la ruta de la modernización predadora que vino de Europa. Eso no es así, sin embargo, en los multitudinarios casos en que, aunque manteniéndose como comunidades, a esos pueblos indígenas los ha subordinado el mercado, sea indirectamente: vía expropiación de sus buenas tierras y su expulsión al Gulag de los suelos sin vocación agrícola, o directamente: vía satelización salvaje de sus economías respecto del mercado.

Éstas son dos formas, lentas o rápidas, de destrucción de esas comunidades que inevitablemente las envilece en tanto tales, transformándolas en lo que nunca fueron, en burdos remedos y comparsas de nuestras sociedades mestizas. Pero en esto se convierten solo cuando dejan de ser ellas, aunque genética y fenotípicamente sus individuos sigan siendo los mismos y aunque conserven sus vestimentas y otras expresiones culturales pintorescas.

A los pueblos indígenas supervivientes no solo debemos respetarlos eliminando el sinfín de obstáculos que se oponen a su benigna influencia sobre nuestra cultura, para que ésta se reoriente permitiéndonos recuperar los valores y normas de conducta que en nuestro tránsito a la mesticidad genética y cultural tiramos atolondradamente al lodo, sino que también debiéramos –mediante un sistema de discriminación positiva- viabilizar su acceso pleno al ejercicio del poder político: acceso tanto por parte de los individuos representativos de las comunidades indígenas como de éstas en bloque.

Después de siglos de tratarlos como seres sin dignidad -a ellos que sí reconocen la nuestra y la de todos, incluyendo a los otros entes naturales- debemos reconocer su superioridad moral, aunque sea solo por ese hecho, pero también por lo que eso trae como consecuencia: relaciones humanas y con la naturaleza no de pura utilización sino de reciprocidad, no de individualismo y dominación sino de cooperación e integración.

Con los indígenas de este subcontinente los mestizos estamos no solo obligados moralmente sino también, cuando somos informados y lúcidos, estamos persuadidos de que deben jugar un papel privilegiado -a través de distintas y novedosas vías- en la conducción de nuestras sociedades: en los planos político, económico y cultural, reorientando éstos con su saber conducirse, que es respetuoso con todo y todos y que por ello conecta asombrosamente bien con los sentimientos, concepciones y pautas de comportamiento que en esta posmodernidad ha levantado exitosamente el movimiento ambientalista para bien de la humanidad y la naturaleza.

Organizaciones ambientalistas, y también muchas otras no gubernamentales afines y amigas del ambientalismo, han sido fuertes aliadas de un movimiento indígena americano que organizativamente parece estar tejido por una especie de federación de grupos representativos de pueblos, y de instancias de coordinación, que visiblemente se apoyan en páginas web, en medios tradicionales de comunicación y en reuniones periódicas de reconocimiento ideológico recíproco y de puesta de acuerdo para la práctica. La toma del mando del estado en Bolivia es la punta del témpano de ese fenómeno que en otros países con menos presencia indígena se manifiesta mucho más tímidamente.

Esos habitantes fieles del pasado son además viajeros ya instalados en un futuro que está imponiéndose sin que la mayoría de nuestros políticos (ridículos alumnos aventajados de la niña Pochita mestiza) se hayan enterado, y por ello siguen ejerciendo oposición a quienes, también mestizos pero más éticos y más lúcidos, creemos en un arcoiris cultural y político donde la cosmovisión indígena impregnen y ayuden a la coherencia expresiva de todos los movimientos reivindicativos y minorías hasta hoy excluidas.

¡Seamos indígenas!

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