7/8/07

GLOBALIZACION IMPERIAL E INDIGENAS

Osvaldo Durán Castro
Sociólogo
Presidente de la Asociación Proyectos Alternativos para el Desarrollo Social (Proal) Miembro de la Junta Directiva de Fecon (osvaldod@proalcr.org).

La crisis ecológica que la humanidad está provocando en la Tierra generó un discurso que inculpa a la naturaleza: se ha llegado a decir que la Tierra se autodestruirá. Tal falacia oculta la irresponsabilidad humana en la depredación de la naturaleza. Es la acción humana, exclusivamente, la única que ha acercado a la Tierra al patíbulo. La explotación y la utilización de ésta, reducida a “recursos”, no se hace para satisfacer necesidades básicas sino, sobre todo, para acelerar la concentración de la riqueza a escala global.

La desigualdad se expresa en el acceso a la naturaleza, en el disfrute desigual de los productos y servicios y, finalmente, en la crecientemente injusta distribución de la riqueza: la inequidad es un determinante de la época actual. Alternativamente, desde una visión holística y respetuosa, más propia de las culturas indígenas que blancas, se concibe a la Tierra al margen de la actividad humana, como una unidad de vida absolutamente autorregulada, equilibrada y sustentable.

Occidente debería preocuparse más por tener una concepción respetuosa de la vida que por crear más teorías.

El mundo occidental tiene muchas obsesiones, siendo actualmente la principal la del crecimiento económico: indicador supremo de éxito. Otra es los fetiches del consumismo hasta la deflación de las personas mismas a “cosa-cuerpo” suntuario: el consumismo desenfrenado de objetos e ideas pasa a ocupar el centro de la vida y a convertirse en necesidades y preocupaciones trascendentales de la gente. Otro vicio es el denuedo por explicar todos los procesos de la vida “científicamente”, y de manera adecuadamente racional, lo que conduce a la descalificación de las concepciones indígenas y campesinas de la vida. En efecto, como lo señala Philip Snow (1997: 144), “durante 300 años después de Bacon, la meta de la ciencia fue el conocimiento que pudiera ser utilizado para dominar y controlar la naturaleza”. Y Virginia Damián (1997: 11) apostilla: “La crisis global que actualmente vivimos ha sido generada esencialmente por la racionalidad instrumental del paradigma mecanicista surgido en el siglo XVII con figuras como Newton, Bacon y Descartes”. Y, todavía hoy, la sociedad moderna sigue obcecada, desde la ciencia y la técnica, por las respuestas urgentes para el dominio y el control armado del planeta, más que por las preguntas inteligentes, creativas y generadoras de posibilidades de vida.

Las culturas más antiguas no tenían teorías en el sentido científico occidental, sino una concepción de la vida que en todos los casos resulta ser más duradera, valiosa y útil que cualquiera de las teorías occidentales que, como bien señalan Brigs y Peat (1999: 233), “funcionan durante un cierto tiempo y después parecen estancarse” …¿o, más bien, se tornan obsoletas?

Para esas culturas que la civilización occidental califica de atrasadas, la Tierra fue desde siempre su madre y su hogar. La contraposición entre –por un lado- usurpación y explotación de la Tierra y –por otro lado- la Tierra como hogar y ente vivo que se debe respetar y proteger, es lo que marca la diferencia. Ante esta visión completa y compleja de la vida y del planeta tampoco resulta asombroso o innovador que Occidente hable de Gaia ya cuando el consumismo exacerbado con la globalización imperial tiene muchos ecosistemas, e incluso a toda la Tierra, a punto de colapsar. El resultado de esta versión mercantilista de la vida y del sometimiento baconiano de la Tierra a la avaricia es que el mundo es un rompecabezas cuyas piezas no coinciden. Basta con revisar la inequidad creciente en el mundo para confirmarlo: según el PNUD (2003), en Europa los subsidios a los productos lácteos alcanzan $913 por año por cada vaca y en Japón hasta $2.700, mientras que la cooperación europea para el desarrollo en África es de $8 dólares anuales por persona y la de Japón es de $1,47. La conclusión es sencilla: para millones de personas resultaría mejor ser animales.

La dictadura neoliberal del libre comercio -que es la manifestación más acabada de esta etapa de la globalización- conduce a la privatización de la vida. Esto incluye el agua, las plantas, los animales y hasta las personas, y se facilita por los llamados “derechos de propiedad intelectual”, las patentes, la inversión externa y os tratados comerciales, por medio de los cuales el capital transnacional está recolonizando nuestros países y, en materia de biodiversidad, particularmente a las culturas ancestrales de América Latina. El modelo de sociedad que impulsan los acuerdos comerciales responde a la forma en que el capital global, y específicamente Estados Unidos, busca consolidarse como consumidor mayoritario e ilimitado de los recursos del planeta.

Por ello trata de moldear la economía mundial según sus necesidades específicas, utilizando el terror y el miedo como acicates para convertir la ignorancia en norma de vida. Es ante estos retos que las propuestas de sociedad emanadas de movimientos como los indígenas encuentran obstáculos a veces insuperables.

Toda la naturaleza ha sido reducida a “recursos naturales” y a mercancías para explotar y es privatizable.

Ése es el radical negocio del capital corporativo ante la vida. Vivimos una época de invasiones y colonialismo renovados, solo que ahora no son las bulas papales y los derechos concedidos por reyes católicos sino los tratados de libre comercio los que dictan las reglas.

La biotecnología es una de las vías impuestas por el libre comercio para apropiarse de la vida a través del patentado de la genética. Algunos gobiernos -como el de Costa Rica- facilitan este proceso, mientras que los pueblos, cuando tienen acceso a información, se oponen.

En Costa Rica, por medio del Instituto de Biodiversidad (INBIO) se está desarrollando la privatización, expropiación y desnacionalización de la biodiversidad local bajo la sombrilla de convenios que, aunque las autoridades insistan en presentar como “desarrollo”, no son otra cosa que la comercialización de la vida a cambio de dinero de muchas transnacionales, entre ellas Merck, una de las gigantes de la farmacéutica mundial, con ganancias de más de $4.000 millones anuales (Shiva 2001: 15).

La escuela de muerte nos ha alejado de la “vida viva” y nos ha metido en el mundo material inerte.

Corre una época en que muchas personas nunca llegarán a conocer siquiera la forma original de lo que comen, y en la que alimentación se redujo a simple consumo que más bien atenta contra la vida misma. (Silvio Rodríguez lo resume: “me pregunto qué negocio es éste en que hasta el deseo es un consumo, qué me haré cuando facturen el sol”.)

De acuerdo con Edgar Morin (1998) “la economía, que es la ciencia social matemáticamente más avanzada, es la ciencia social humanamente más atrasada, ya que se ha abstraído de las condiciones sociales, históricas, políticas, psicológicas y ecológicas inseparables de las actividades económicas.

Por esta razón sus expertos son cada vez más incapaces de predecir el curso económico, aun en el corto plazo”.

Tener conciencia de la crisis de la vida en el planeta no es suficiente. Los discursos oficiales son lenguaje propagandístico sin correlato práctico. Desde la Cumbre de la Tierra de 1992 son realmente pocos los esfuerzos contundentes para revertir las injustas relaciones entre los ciclos productivos y la naturaleza. Stephan Schmidheiny, presidente del Consejo Empresarial para el Desarrollo Sostenible, organismo creado por Naciones Unidas para promover el desarrollo sostenible desde el mundo del capital, ha reconocido cuán difícil es incorporar una visión respetuosa de la naturaleza y de las personas en el capitalismo mundial.

Tras muchos esfuerzos por sumar grandes empresas a las iniciativas emanadas de la Cumbre de la Tierra, ha indicado que el fracaso de la Cumbre de Cancún de la Organización Mundial del Comercio (2003) es un triunfo para todas las personas verdaderamente interesadas en marcar pautas de producción que puedan satisfacer las necesidades humanas sin destruir la naturaleza.

Un recuento de opiniones de los integrantes de la Organización de Naciones Unidas indica que “el desarrollo sostenible va más allá de la reducción de la contaminación y la responsabilidad en el ciclo de la vida.

En los próximos años el sector empresarial se enfrentará al desafío de alcanzar, desde la planta de producción, el “punto de contaminación cero” y revertir el desarrollo del producto para satisfacer necesidades sociales, incluidas las de los pobres” (Schmidheiny 1997: 41, Schmidheiny 2003).

Según Wolfang Sachs (2003: 11), las economías del Sur -algunas llamadas emergentes- “están ingresando en masa a la etapa de desarrollo económico intensivo en la utilización de recursos y dependiente de los combustibles fósiles”. Esas inversiones, dice el autor, “se orientan, con preferencia, justamente hacia la extracción de materias primas o a la infraestructura energética y de transporte, causando la utilización de volúmenes cada vez mayores de recursos naturales”.

Los retos señalados son, precisamente, parte de los debates que enfrentan países que, como Bolivia, intentan construir una nueva nacionalidad desde su cultura indígena mayoritaria, en el contexto de la globalización imperial.

En el VI Foro Mundial Social, realizado en enero de 2006 en Venezuela, una de las resoluciones de las poblaciones indígenas representadas fue unirse para luchar contra los tratados de libre comercio y otros acuerdos comerciales que, según se ha discutido también en otros eventos como el Foro Mesoamericano de San José en diciembre de 2005, significan más pobreza y exclusión y menos oportunidades reales de empleo, ingresos y seguridad social, tal y como demuestran los resultados para México de más de 10 años de Tratado de Libre Comercio de Norteamérica.

La superación de las desigualdades locales y mundiales no requiere más tecnocracia y educación para formar mano de obra barata para las transnacionales, sino más democracia, que en sentido estricto obliga a garantizar espacios de participación, inclusión real, información y negociación para definir cuál es el rumbo que las sociedades locales y los países desean seguir. Desde esta perspectiva, la construcción social que se ejercite en Bolivia puede resultar innovadora y hasta paradigmática.

¿Cuál es la posibilidad real que tiene el gobierno de Evo Morales de negociar, tanto nacional como internacionalmente, para favorecer a la mayoritaria población indígena de su país? Él podría ampliar la alianza que con más o menos avances se ha venido gestando en América Latina desde la llegada de Lula Da Silva al poder, afianzada con Chávez, y que cobró mayor posibilidad de maniobra con el nuevo gobierno de izquierda en Uruguay y hasta con los desafíos emprendidos por el gobierno de Kirchner en Argentina. No hay nada definido en medio de los miedos de estos gobiernos y la presencia redoblada de Estados Unidos con acciones como el afianzamiento de su poco disimulada ocupación de Colombia, las constantes amenazas a Venezuela y la creación de una modernísima base militar en Paraguay, casualmente alrededor del acuífero Guaraní, tras la visita de Donald Rumsfeld a ese país en 2005: el poderío del Norte no pierde vigencia en el Cono Sur.

El 53,7 por ciento de votos que logró el Movimiento al Socialismo de Evo Morales demuestra un apoyo real muy fuerte y tal vez asegure la fuerza necesaria para sostener y ejecutar propuestas como la nacionalización de los hidrocarburos -prometida por tal Movimiento- y las luchas por la autonomía territorial y cultural de los pueblos indígenas. La nacionalización de los hidrocarburos sería una acción contrapuesta a todas las presiones e intentos de abrir esos elementos a la explotación por parte de grandes compañías transnacionales y, definitivamente, el gobierno de ascendencia indígena requerirá mucho más fuerza que la electoral para plantarse con una medida como ésta. Para la agenda de gobierno esas acciones serían del mismo calibre que el desafío de una justa repartición de tierras, factor de exclusión social por excelencia.

En un contexto marcado por la polarización social, exacerbada por la globalización, el triunfo de Evo Morales no solo es significativo para Bolivia y, especialmente, para su población indígena, sino que es un referente esperanzador para todos los movimientos sociales latinoamericanos que esperan de ese gobierno una clara señal de que es posible construir sociedades inclusivas. Para la población indígena de Bolivia significa que por primera vez en la historia de dominio blanco y mestizo sean atendidas sus demandas de desarrollo social y respeto cultural.

Los pueblos, incluidos los indígenas, están creando una agenda de resistencia y oposición a la globalización al estilo de Estados Unidos. No se trata solo del rescate de la identidad cultural, sino de transformarla en una propuesta política que busca, desde espacios de participación con posibilidades reales de cuotas de poder, transformar las necesidades de los pueblos indígenas en parte esencial de las agendas políticas de los gobiernos latinoamericanos.

Ésta no es una lucha fácil cuando los planes de los gobiernos locales están abiertamente identificados con los ejes de poder mundial cuya línea es la transnacionalización de las economías, proceso para el que las culturas locales, y particularmente las indígenas, representan visiones “primitivas” opuestas a la modernidad global y, por tanto, anacronismos a los que se pretende hacer desaparecer. Para muchas comunidades indígenas los proyectos de la estrategia de inversión externa directa, promovida por los gobiernos de América Latina, significan usurpación de sus territorios, desplazamiento e incluso la muerte de quienes se oponen, como ha sucedido en Colombia con los pueblos U’wa y en Guatemala con los mayas quichés opuestos a represas hidroeléctricas, minerías, oleoductos e industrias madereras. También en Chile, Ecuador y Perú están vigentes luchas de pueblos indígenas contra explotaciones petroleras, mineras, de destrucción de bosques y de fuentes de agua.

Muchas de estas organizaciones son acusadas de narcotraficantes y hasta de terroristas, y así convergen las fórmulas de exclusión social de muchos gobiernos locales con la geoestrategia de Estados Unidos orientada al control selectivo de territorios en América Latina. La contradicción fundamental que vivimos actualmente es la del capital contra la gente y la naturaleza.

Se trata de la conversión de países, regiones y continentes en espacios ordenados por el capital corporativo transnacional desde la perspectiva de su potencial explotación y nunca desde la del respeto por las culturas y los derechos de los pueblos que viven en ellos. No menos importante es la contradicción que se establece entre –por un lado- la identidad cultural y los derechos de los pueblos y –por el otro lado- los intereses del capital globalizado, que literalmente requiere la abolición de las fronteras nacionales.

Un aspecto que cobra mayor claridad en el contexto actual es que los derechos económicos, sociales, políticos, culturales y espirituales de los pueblos indígenas no constituyen una agenda exclusiva y excluyente. No es exclusiva de las poblaciones indígenas porque el modelo de sociedades concentradoras de la riqueza no hace diferenciaciones étnicas ni culturales y, por tanto, cuando se trata de pobreza da lo mismo si se es indígena, mestizo o blanco. Las migraciones campo-ciudad, los desplazamientos por petroleras, mineras, represas, etcétera, desde México hasta Chile son clara muestra de ello. Y no es excluyente porque abre la posibilidad de sumar a excluidos de muchas procedencias en agendas compartidas para luchas sociales como la de identidad cultural, la de propiedad de la tierra, la de respeto a las identidades culturales, que incluyen obligatoriamente el arraigo a la tierra, y no únicamente las cualidades intangibles de la cultura.

Referencias bibliográficas
Damián, Virginia. “Educación holística para una conciencia planetaria”, en

Gallegos, Ramón. 1997. El destino indivisible de la educación. Propuesta holística para redefinir el diálogo humanidad-naturaleza en la enseñanza. Pax. México.

Morin, Edgar. “La necesidad de un pensamiento complejo”, en Gallegos, Ramón. Lo sagrado de la nueva ciencia. Pax. México.

PNUD. 2003. Informe sobre desarrollo humano 2003. Los objetivos de desarrollo del milenio: Un pacto entre las naciones para eliminar la pobreza. New York.

Sachs, Wolfgang. 2003. Globalización y sustentabilidad. World Summit 2002 Johannesburg - Montevideo.

Schmidheiny, Stephan. 1997. Cambiando el rumbo. Una perspectiva global del empresariado para el desarrollo y el medio ambiente. FCE. Bogotá.

Shiva, Vandana. 2001. Biopiratería. El saqueo de la naturaleza y del conocimiento.
Icaria. Barcelona.
Snow, Philip. “Educación holística y transformación humana”, en Gallegos, Ramón. 1997. El destino indivisible de la educación. Pax. México.

Entrevistas
Schmidheiny, Stephan. 2003. San José.

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