25/10/07

Iniciadores de la Lucha Contra el Colonialismo en América.

Fray Antonio de Montesinos y Fray Bartolomé de las Casas
Material tomado del Website: www.simon-bolivar.org

Fray Antonio de Montesinos, en un sermón que cambió el destino de América, dio inicio a la lucha contra la opresión y el exterminio de los pueblos aborígenes del Nuevo mundo.

Fray Bartolomé de Las Casas en el amanecer de la dominación occidental denunció el carácter del sistema colonial, sus diversos modos de acción degradante, con la fogosa agudeza que caracteriza a los más recientes heraldos de los pueblos oprimidos.

Simón Bolívar lo admiraba profundamente. En el Congreso de Angostura propuso que la capital de la Gran Colombia se llamará Las Casas.

Descubriéronse las Indias en el año de mil cuatrocientos y noventa y dos; fueron se al año siguiente de cristianos y españoles, por manera que ha cuarenta y nueve años que fueron a ellas cantidad de españoles...

Todas llenas como una colmena de gentes, en lo que hasta el año de cuarenta y uno se ha descubierto, que parece que puso Dios en aquellas tierras todo el golpe o la mayor cantidad de todo el linaje humano.

Todas estas universas e infinitas gentes, a todo género crió Dios los más simples, sin maldades ni dobleces, obedientísimas, fidelísimas a sus señores naturales y a los cristianos, a quien sirven: Más humildes, más pacientes, más pacíficas y quietas: Sin rencillas, ni bullicios, no rijosos, no querulosos, sin rencores, sin odios, sin desear venganzas que hay en el mundo: Son así mismo gentes más delicadas, flacas y tiernas en compleción, y que menos pueden sufrir trabajos, y que más fácilmente mueren de cualquier enfermedad...

En estas ovejas mansas y de calidades susodichas, por su hacedor y criador así dotadas, entraron los españoles, desde luego que las conocieron, como lobos y tigres y leones cruelísimos de muchos días hambrientos. Y otra cosa no han hecho de cuarenta años a esta parte hasta hoy, y hoy en este momento lo hacen, sino despedazarlas, matarlas, angustiarlas, afligirlas, atormentarlas y destruirlas por las extrañas y nuevas y varias, y nunca otras tales vistas ni leídas y oídas, maneras de crueldad: De las cuales algunas pocas abajo se dirán...

... Comenzaron a entender los indios que aquellos hombres no debían de haber venido del cielo. Y algunos escondían sus comidas, otros sus mujeres e hijos, otros huían a los montes por apartarse de gente tan dura y terrible conversación. Los cristianos dábanles de bofetadas y puñadas y de palos hasta poner las manos en los señores de los pueblos: Y llegó esto a tanta temeridad y desvergüenza, que el mayor rey señor de toda la isla (La Española), un capitán cristiano le violó por fuerza su propia mujer. De aquí comenzaron los indios a buscar maneras para echar a los cristianos de sus tierras. Pusiéronse en armas, que son arto flacas y de poca ofensión y resistencia y menos defensa (por lo cual todas sus guerras son poco más que acá juegos de cañas y aún de niños): Los cristianos con sus caballos y espadas y lanzas comienzan a hacer matanzas y crueldades, extrañas en ellos.

Entraban en los pueblos, ni dejaban niños, ni viejos, ni mujeres preñadas, ni paridas que no desbarrigaran y hacían pedazos, como si dieran en unos corderos metidos en sus apriscos. Hacían apuestas sobre quien de una cuchillada abría un hombre por medio, o le cortaban la cabeza de un piquete, o le descubrían las entrañas. Tomaban las criaturas de las tetas de las madres por las piernas, y daban de cabeza con ellas en las peñas. otros daban con ellas en los ríos por las espaldas, riendo y burlando y cayendo en el agua decían: bullís cuerpo de tal; otras criaturas metían en la espada con las madres juntamente, y todos cuantos delante de sí hallaban. Hacían unas horcas largas que juntasen casi los pies a la tierra, y de trece en trece, a honor y reverencia de nuestro Redentor y de los doce apóstoles, poniéndole leña y fuego los quemaban vivos. Otros ataban y aliaban todo el cuerpo de paja seca, pegándoles fuego, así los quemaban: Otros y todos los que querían tomar a vida cortábanles ambas manos, y de ellas llevaban colgando y decíanles: andad con cartas (conviene a saber): Llevad las nuevas a las gentes que estaban huidas por los montes. Comúnmente mataban a los señores y nobles de esta manera: que hacían unas parrillas de varas sobre horquetas, y atábanlos en ellas y poníanles por debajo fuego manso, para que poco a poco, dando alaridos en aquellos tormentos desesperados se le salían las ánimas.

Una vez vide que teniendo en las parrillas quemándose cuatro o cinco principales y señores (y aún pienso que habían dos o tres pares de parrillas donde quemaban otros), y porque daban muy grandes gritos y daban pena al capitán o le impedían el sueño, mandó que los ahogasen, y el alguacil, que era peor que verdugo que los quemaba (y sé como se llamaba, y aún sus parientes conocí en Sevilla), no quiso ahogarlos; antes les metió con sus manos palos en las bocas para que no sonasen, y atizóles el fuego hasta que se asaron despacio, como él quería. Yo vide todas las cosas arriba dichas, y muchas otras infinitas. Y porque toda la gente que huir podía se encerraban en los montes y subían a las sierras, huyendo de hombres tan inhumanos, tan sin piedad y tan feroces bestias, extirpadores y capitales enemigos del linaje humano, enseñaron y amaestraron lebreles, perros bravísimos, que en viendo un indio le hacían pedazos en un credo, y mejor arremetían a él y le comían que si fuera un puerco. Estos perros hicieron grandes estragos y carnicerías, y porque algunas veces raras y pocas mataban los indios algunos cristianos, con justa razón y santa justicia, hicieron ley entre sí, que por un cristiano que los indios matasen, habían los cristianos de matar cien indios...


Fray Bartolomé de Las Casas. La Destrucción de las Indias
POR: CARLOS EDSEL G.
El conocimiento de la superestructura y de las categorías que se mueven en el nivel cultural de la vida de un pueblo, son indispensables en el camino de la construcción de una sociedad más justa.
Por eso la instancia religiosa del hombre latinoamericano, y dentro de ella la secular y profunda influencia de la Iglesia Católica, no son factores que puedan ser fácilmente dejados de lado, a la hora del análisis de nuestra realidad social, de la proyección de una sociedad para un hombre nuevo y del hambre nuevo para una sociedad nueva.
La imposición religiosa que se hizo al hombre americano forma parte inherente de la inserción económica, política y social que se hizo del nuevo mundo, cuando Colón lo vio surgir del horizonte de Occidente, un doce de Octubre, para integrarlo a la dinámica del colonialismo europeo, como portador de especies y capitales.
Nuevas riquezas para el Rey y nuevas almas para el Papa: estas fueron las masas aborígenes del Nuevo mundo, que según palabras del padre de Las Casas fueron tratadas, peor que a estiércol de las plazas, pues detrás del infortunado Almirante de la mar océano, vino la jauría ávida de rapiña y dispuesta a enriquecerse a cualquier precio.
El Nuevo mundo fue dividido en dos partes: una, el mundo del indígena, el cual fue degradado y humillado peor que a las bestias del campo, y la otra, el mundo del conquistador-colonizador, que se sustentaba de la sangre y la carne del indígena. En este mundo (el del colonizador) a los intrusos que se atrevían a pasar sus fronteras, se les asesinaba. La violencia fue de su uso exclusivo, y al aborigen se le calificó de semihombre.

El Sermón de Fray Antonio de Montesinos
Contra este orden injusto de cosas insurgió en 1510, en la isla de La Española, un grupo de sacerdotes de la orden de Santo Domingo, que durante más de un año había presenciado las iniquidades de que eran víctimas los indígenas. De lo profundo de sus conciencias brotó la protesta contra la injusticia, y resolvieron condenar desde el púlpito tan execrables crueldades.
Para el efecto, confiaron de mutuo acuerdo, a Fray Antonio de Montesinos, el primer sermón en este sentido, y a fin de que se hallase toda la ciudad y ninguno faltase, convidaron al segundo Almirante que gobernaba la isla, a los oficiales del Rey, y todos los letrados y juristas que habían. Así, en una tosca iglesia de techo de paja, paredes de bajareque y en víspera de la navidad del año de 1511, se inició una cruzada por la justicia que haría historia. Ese día, en el curso de la misa se irguió Fray Antonio de Montesinos en el púlpito, Y ante todos los grandes de la isla, pronunció un sermón que sin exagerar cambió el destino del Nuevo Mundo:
Me he subido aquí - les dijo - yo que soy la voz de Cristo en el desierto de esta isla, y por tanto conviene que con atención, no cualquiera, sino con todo vuestro corazón, la oigáis; la cual voz os será la más nueva que nunca oísteis, la más áspera y dura, la más espantable que jamás pensasteis oír todos estáis en pecado mortal y en él vivís, por la crueldad Y tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Decid, ¿Con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a que estos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas de ellas, con muertes y estragos, habéis consumido? Estos, ¿No son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amarles como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis, esto no sentís? ... Tened por cierto que, en el estado en que estáis, no os podéis salvar más que los moros o turcos que carecen y no quieren la fe de Jesucristo.
Estas interrogantes planteadas por el padre Montesinos, darían inicio a una controversia en la cual se comprometieron las mentes más lucidas de España: unas en favor de la esclavitud de los indios, alegando que estos eran una especie intermedio entre los hombres y las bestias. Otras por su igualdad social y económica. Lucha que encendería las más enfurecidas pasiones y que aún en nuestros días no han concluido. Pero, dentro de aquel turbión de disputas surgiría la figura incomparable del padre Fray Bartolomé de Las Casas, protector universal de los indios, que hizo uso de todos los recursos de su época para salvar a los aborígenes del Nuevo Mundo del genocidio sistemático de los españoles, que fundamentaron su poder en el asesinato de veinte millones de seres humanos.
Después del sermón, las autoridades y encomenderos de La Española, se reunieron en la casa de Don Diego Colón, y acordaron enviar una delegación ante el Vicario de los Dominicos, para protestar contra los ultrajes de Montesinos, a quien acusaban de haber desconocido los títulos de la Corona sobre las Indias, así como de propiciar una revuelta de los aborígenes contra sus legítimos señores: los españoles. El Vicario, Fr. Pedro de Córdova, rechazó las protestas de los conquistadores, y al despedirlos anunció que el padre Montesino se refería al tema nuevamente en el sermón del domingo próximo. Se creó entonces, entre los habitantes de la isla, una atmósfera de expectativa alrededor de la nueva intervención del sacerdote, y no faltaron quienes supusieron que el monje sería obligado a rectificar sus opiniones, cuando el vicario de la comunidad religiosa se detuviera a meditar sobre las funestas consecuencias que se acarrearía al ganarse la enemistad de los poderosos de la isla.
Pero Fray Antonio de Montesinos se encargó el domingo siguiente de despejar todo equívoco. Desde el púlpito tronó de nuevo contra los pobladores de La Española, y ante el asombro de quienes esperaban oírle palabras de rectificación, anunció que los Dominicos no les recibirían confesión ni les absolverían de sus pecados, mientras persistiesen en esclavizar y dar malos tratos a los indios. Asegurándoles que ellos, humildes sacerdotes, no temían a los poderes de la tierra. Y descendió del púlpito con la cabeza no muy baja, porque no era hombre - dice el padre de Las Casas-que mostrase temor, así -como no lo tenía, ni se le daba mucho desagradar a los oyentes, haciendo y diciendo lo que, según Dios, convenía.
Diego Colón, representante de lo que sería más tarde la poderosa oligarquía indiana, se apresuró a enviar al Rey Fernando el católico, un memorial firmado por los poderosos de La Española, en él cual se le informaba de las actividades subversivas del padre Fray Antonio de Montesinos, y del peligro que ellas entrañaban, según decían, para el buen gobierno y pacificación de los naturales. Numerosas cartas se remitieron también al Consejo de Indias para acusar a los Dominicos de disentir con irrespeto los títulos de la Corona sobre las Indias; de tal forma que el Rey Fernando, profundamente alarmado, escribió al Gobernador de La Española, ordenándole amonestar a los monjes Por su conducta y autorizándolo para que los enviara a España en el primer barco, si persistían en sus prédicas. Como al superior de la orden se dirigieron parecidas representaciones, éste ordenó al vicario en La Española poner término a los sermones del padre Montesinos y sus compañeros. Así fue silenciada en parte la primera protesta en defensa de los naturales del Nuevo Mundo. Pero la simiente ya había sido sembrada en el surco fecundo de la justicia, y daría tiempo después extraordinarios frutos.

El Padre de Las Casas
Las crónicas de la época dicen que Las Casas se unió a la resistencia de los encomenderos contra las prédicas y protestas del padre Montesinos. Como cualquiera de ellos, no hizo nada por cambiar su modo de vida. Y por más de dos años después de los sermones, continuó como caballero-eclesiástico, aunque en una ocasión un sacerdote le negó los sacramentos porque poseía esclavos. Las disputas del padre Montesinos le molestaron, pero no lo convencieron del todo.
Sin duda la semilla de una gran decisión crecía dentro de este hombre obstinado, inconsciente aún de que estaba destinado a ser el más grande campeón y apóstol de las Indias. El mismo dice que un día de la Pascua de 1514, mientras preparaba un sermón para el domingo de Pentecostés, en la colonia del Santo Espíritu, Cuba.
...Comencé a meditar sobre algunos principios de las Sagradas Escrituras. En una parte del libro encontré esto que dice: el pobre no Posee nada como no sea el pan; quien se lo quite es un asesino. Quien no le dé su salario al trabajador, es un criminal...Entonces pensé en las penalidades y la esclavitud en que vive el pueblo aborigen aquí... Y tanto más pensaba, tanto más me iba convenciendo de que todo lo que afligía y sucedía a los indígenas hasta la fecha, no era más que tiranía e injusticias. Y por tanto que iba estudiando, encontrando en cada libro que leía, fuera latín o en español, cada vez más pruebas y motivos y teorías fundadas en apoyo al derecho de los pueblos de las indias Occidentales y contra el salvajismo y las injusticias y los robos que contra ellos se cometen...
Reflexionando sobre esto y las prédicas de los Dominicos en la Española, las Casas se fue convenciendo de lo injusto que era aquel orden de cosas que él ayudaba a sustentar. Adolorido, decidió cambiar de vida. Para empezar, predicó un sermón en contra de sus compatriotas, a quienes sorprendió. Seguidamente renunció a todas las propiedades y esclavos que le habían sido encomendados. El camino que de esta manera escogía Las Casas a los cuarenta años, habría de seguirlo por más de cincuenta que aún le quedaban de vida.
En 1515 emprende el primero de los catorce viajes que realizó por mar a España, para tratar de salvar a los pueblos indígenas del exterminio. A través del confesor del rey, pudo llegar frente a Fernando V e informarlo sobre la situación de violencia inoperante en América. El Rey nombró una comisión y Las Casas fue citado y oído, un año más tarde, en Sevilla. Su testimonio fue tan contundente que obligó a la comisión a recomendar al rey la regulación de la conquista por medio de leyes específicas. Pero meses después moría Fernando V, y la comisión fue disuelta. Ya nadie volvió a hablar de nuevas leyes.
Pero Las Casas no desfalleció. Cinco años más tarde obtiene otra audiencia con el nuevo monarca Carlos I. Allí, tuvo lugar una tormentosa disputa en la que participaron el Canciller de la Corona Española, varios miembros del Consejo de Indias, un representante de la comisión de 1516, y el Notario General para los territorios de las Indias, quien representaba los intereses del tráfico de esclavos. La disputa concluyó con que el Notario General ofreció su renuncia al Rey, la cual le fue aceptada. Al padre de las Casas le fue conferido el título de Capellán de la Corte del reino, y Carlos I tomó la siguiente decisión: la actuación de los conquistadores en las Indias hasta la fecha ha sido ilegal; el Consejo de Indias deberá elaborar un plan de acuerdo al cual las posesiones de América puedan gobernarse sin violencia.
Las Casas escribió mucho y aún no existe una edición completa de sus obras; pero su trabajo más conocido y difundido es la Brevísima Relación de la Destrucción de las indias, la denuncia más dramática que se ha hecho contra el colonialismo español, en su forma primogénita: el del robo abierto y el saqueo no embozado, con hechos que en su mayor parte había podido presenciar en sus cuarenta años de residencia en América.
Hoy se le considera una de las personalidades egregias de la época más gloriosa de España. Conoció a todas las personalidades importantes de la conquista: Cortés, Pizarro, Alvarado, Pedrarias y Colón el joven.
Como intelectual no era un estudioso que se evadía de la realidad, sino un luchador tenaz siempre dispuesto a poner en práctica lo que predicaba, y a pesar de que insistía en que todo el trato con los indios debía ser pacífico, aquellos de sus compatriotas que se opusieron a sus ideas, constataron que era un antagonista agresivo e inmisericorde.
Uno de los propósitos fundamentales de la lucha del padre de Las Casas era avergonzar la conciencia del pueblo español, y así obtener la libertad de los pueblos aborígenes. Dos de sus ideas principales muestran cómo retó a la conciencia cristiana de su tiempo a que confrontara las grandes cuestiones que la conquista española presentaba. La primera, eran que había que predicar el cristianismo a los indios por medios pacíficos. La segunda, que las diferentes comunidades indígenas eran naciones a las que había que respetar y considerar dueñas de sus destinos. Que en vez de sojuzgarlas, el rey debería concertar tratados con ellas, de naci6n a nación. Esta actitud de Las Casas fortalecía el Derecho de Gentes, tesis desarrollada por el padre Francisco Vitoria, considerado uno de los creadores del Derecho internacional Público. Agregaba asimismo, que los indios de América eran seres susceptibles de abrazar al cristianismo, dotados del derecho de disfrutar de su propiedad bajo un régimen de libertad Política y dignidad humana, y a quienes se les debía incorporar a la civilización española, en vez de esclavizarlos o exterminarlos. Para el sacerdote :no existe ni puede existir nación alguna, por bárbara, fiera o depravada que sea en sus costumbres, que no pueda ser atraída y convertida a todas las virtudes políticas o racionales.

Escritor y Predicador Subversivo
Hoy, cuando examinamos detenidamente la Brevísima Relación de la Destrucción de las Indias, su obra más polémica, constatamos que Las Casas no se circunscribió a meras contemplaciones teológicas, sino que analizó la infraestructura y desenmascaró la técnica de la explotación colonialista que descansaba sobre el sistema de la encomienda. Por ello, no es exagerado decir que este sacerdote excepcional, fue el iniciador del pensamiento anticolonialista. Refiriéndose a él la historiadora Laurette Sejourné: Las Casas, en el amanecer de la dominación occidental, miembro privilegiado de la comunidad que logró la más grande empresa colonialista de todos los tiempos -- la única que borró para siempre el mundo que se apropió -- muchos siglos antes de la lucha anticolonialista denunció el carácter del sistema colonial y sus diversos modos de la acción degradante, con la fogosa agudeza que caracteriza a los más recientes heraldos de los pueblos oprimidos.
En su larga y accidentada lucha en defensa de los indios, apeló a todas las formas de combate disponibles: desde su gran influencia en la Corte, como las amenazas del infierno contra los encomenderos. Las energías extraordinarias que desplegó un día para adquirir riquezas -- dice Indalecio Lievano Aguirre- las consagró a la postre, a defender los indígenas, y enfrentarse a los encomenderos de las Antillas, que llegaron a calificarle de mal español y traidor a su clase social. Por varios años, y con limitados resultados, luchó pacientemente en España y en América por sus convicciones. En el curso de las ardientes polémicas que sostuvo con los juristas y los teólogos --particularmente con los franciscanos-, su carácter se tornó agrio y su estilo se contagió de la ira que sentía contra los encomenderos y sus defensores.
Las Casas no titubeó en sus convicciones a pesar de que los encomenderos se las ingeniaron para hacerle ásperas y estrecha su vida. Sus cartas se extraviaban, sus rentas nunca llegaban, y era constantemente calumniado por aquellos que se sentían lesionados por sus prédicas, quienes le calificaban de culpable de alta traición y luterano. Por el año de 1562, en un memorial dirigido al Rey, el consejo de la ciudad de México, informaba que los escritos del padre habían provocado tal intranquilidad, que se vieron obligados a solicitar de los jurisconsultos y eruditos un dictamen contra ese desvergonzado monje y sus prédicas, y pedían al Rey que recriminara públicamente a Las Casas, y prohibiera sus libros. Años más tarde, el virrey del Perú escribía: Los libros de ese obispo fanático y maligno ponen en peligro el dominio español en América.
En 1659, el censor de la Inquisición de Aragón decía que la Brevísima Relación de la Destrucción de las Indias, narra actos espantosos y crueles como no se han visto nunca en la historia de otras naciones, atribuyéndoselos a los soldados y colonizadores españoles, que vuestra majestad católica enviara. En mi opinión, un informe de esa naturaleza es una ofensa para España, y debe ser por ello prohibido. Partiendo de esta base, el Santo Tribunal de la Inquisición terminó por prohibir el libro en 1660. Pero a pesar de esto, aparecieron nuevas ediciones. En 1748, la Cámara de Comercio de Sevilla hacía decomisar una traducción al latín; y todavía en 1784 el embajador español en París demandaba la confiscación de otra edición.

La Utopía del Arado y la Palabra
Desde el primer instante América fue tierra fecunda para las fantasías, y resulta difícil desentrañar en los primeros relatos la parte de ficción y la parte de verdad. Pero lo cierto es que las más extrañas utopías cruzaron la Mar Tenebrosa hasta encallar sus quillas en las playas del Nuevo Mundo.
Ya Colón, en su tercer viaje de 1498, al penetrar con sus manos al Golfo de Paria, deslumbrado por la bonanza del paisaje, el oro y las perlas de los nativos, escribe a los Reyes Católicos diciéndoles de que había llegado a una tierra de gracia que creo que allí es el paraíso terrenal, donde no puede llegar nadie salvo por voluntad divina.
El padre de Las Casas no escapó al embrujo de ellas, más aún, aporto su propia utopía a América.
En su audiencia con Carlos I, Las Casas le propuso que como prueba de que sus teorías se afianzarán en la praxis, se le permitiera fundar una colonia modelo del arado y la palabra, donde los indios serán tratados bondadosamente, y se asentarían las bases de una comunidad cristiana ideal. El emperador le otorgó por decreto el distrito Cumaná en Venezuela, con la orden de que ningún súbdito español pudiese penetrar en ella armado. Las Casas reclutó en 1520, un grupo de labradores españoles y comenzó a desarrollar el proyecto.
Pero la codicia que desataban las perlas en la costa de Paria, los asaltos de los soldados españoles, ataques de los traficantes de esclavos, el contrabando de aguardiente y actos de violencia, frustraron uno de los más hermosos proyectos de conquista pacífica intentados en América. Las Casas desilusionado entró en la orden de Santo Domingo, y permaneció alejado de las cuestiones de su siglo por diez años.

Leyes y Revueltas
Fruto de sus luchas por la justicia social en América fueron las llamadas Leyes Nuevas, cuyos principio implicaban la pronta liquidación de la encomienda, institución en que se fundamentaba la esclavitud, explotación y aniquilación de los indígenas, aprobadas por Carlos 1 el 20 de noviembre de 1542, tras haber derrotado el padre de Las Casas en la Junta de Valladolid a su principal contradictor, el Cardenal. Loaysa, defensor de los encomenderos.
Estas leyes prohibían a todos los virreyes, gobernadores, funcionarios de la Corona, oficiales y soldados, clérigos, conventos y a todas las instituciones públicas tomar indios a su servicio por el método de la encomienda. Todos los indios que se hallaban englobados en esta ley o que hubieran sido encomendados sin orden del rey, eran declarados libres. Además, las Nuevas Leyes concedían a cada trabajador indígena el derecho a un salario justo. Se prohibía la pesca de las perlas, y concluían ordenando que: todos los habitantes de las Indias deberán ser tratados en cualquier sentido, como se hace con los libres súbditos de la Corona de Castilla, pues entre unos y otros no hay diferencia.
Estas leyes chocaron de inmediato con la resistencia empecinada de los Encomenderos, y dieron inicio a una de las conmociones sociales más hondas que se recuerdan en la historia de la América española. Cuando fueron conocidas por los grandes señores de la conquista se encresparon las pasiones, y muchos declararon en franca rebeldía. La oposición fue tal que cuando llegaron los primeros funcionarios encargados de su ejecución, se les trato con suma rudeza. López de Gómara dice: "muchos repicaban campanas de alboroto y bramaban leyéndolas. Unos, se entristecían temiendo su ejecución; otros, renegaban y todos maldecían a Fray Bartolomé de Las Casas que las había procurado. No comían los hombres, lloraban las mujeres y los niños, ensoberbecían los indios, que no poco temor era. Letrados hubo que afirmaron como no incurrían en deslealtad y crimen por no obedecerlas, cuando más por suplicar por ellas, diciendo que no las quebrantaban, pues nunca las había consentido ni guardado. Y que no eran leyes ni obligaban las que hacían los Reyes sin común consentimiento de los reinos que les daban autoridad, y que tampoco pudo el, Emperador hacer aquellas leyes sin darles parte a ellos.
Los Encomenderos se atrevieron, incluso, a poner en tela de juicio la misma autoridad de Carlos I - y V de Alemania - alegando que él no podía hacer aquellas leyes, sin darles primero parte a ellos. En otras palabras, se invocaba el derecho de los ciudadanos a aprobar la legislación, como lo hacen siempre los poderosos cuando se trata de desconocer los fueros de los humildes.
En el Perú se desató la guerra civil al declararse Gonzalo Pizarro en rebeldía, quien al frente de un ejército de Encomenderos y Notables marchó sobre Lima, al grito de ¡Libertad! ¡Libertad! , venciendo al Virrey Núñez Vela a quien decapitaron en Añaquito.
Cuando llegaron a España las primeras noticias de la rebelión de Pizarro en el Perú y el peligro de otras similares en otros reinos de América, y presionado por poderosos intereses económicos, Carlos I revocó el 20 de noviembre de 1545, aquellas partes de las leyes que habían provocado la indignación de los Encomenderos. A la Encomienda le fue conferido un carácter vitalicio y hereditario. Y lo que en un principio había sido uno de los más importantes triunfos del padre de Las Casas, se transformó en su gran derrota. Pero cabe señalar que si la encomienda no fue suprimida como institución, como lo pedía el sacerdote, tampoco se regresó al sistema primitivo de las Antillas. Además quedaron prohibidos los servicios personales y la esclavitud de los indios, que era ya mucho, teniendo en cuenta aquel orden de cosas y la codicia desmedida de los grandes señores de la conquista.
Narran las crónicas que muy triste regresó Fr. Bartolomé de Las Casas a Ciudad Real, Honduras, sede de la Audiencia de confines, donde fue recibido con ruidosas manifestaciones hostiles, organizadas por el propio Cabildo de la ciudad. El odio y la adversión crecieron contra el prelado disfrazándose bajo la mofa y el escarnio más irreverente. Le acusaron de glotón y comedor, decían que no había estudiado. Le daban el apodo de Bachiller de Tejares, se comentaba que era poco seguro en la fe u que quería impedir en su obispado el uso de los sacramentos.
Una noche un grupo de conjurados disparó un arcabuz sin la bala a la ventana del aposento donde recogía Fr. Bartolomé de las Casas. Y se compusieron ciertos cantares alusivos de una manera ofensiva a su persona, para que los muchachos los dijeran pasando por su calle. Los grandes señores de la conquista le acusaron de tratar de introducir en América una herejía peor que la de Martín Lutero. Hubo tumultos y manifestaciones encabezadas por las señoras de los encomenderos, que rosario en mano desfilaron por las calles de Ciudad Real, sede de su obispado, gritándole públicamente que la vida de un indio no justificaba la condena eterna de un español.
Gutiérrez, uno de sus biógrafos, refiere: que de noche, las personas que habitaban en su casa le oían llorar, suspirar y gemir. Doliale el corazón al ver a los indios comprados y vendidos como rebaños de ovejas, empleados en las labores y trabajos de las minas.

El padre de Las Casas murió en 1566, a la edad de noventa y dos años en Madrid. En su mesa de trabajo encontró su última obra, un escrito titulado Las Dieciseis Maneras de Curar la Peste que Diezmara a los Indios. Refiere un informe de su época, que ya dispuesto a abandonar este mundo, pidió a sus amigos proseguir la defensa de los indios. Dijo estar atribulado por haber podido hacer tan poco por ellos, pero convencido de la justeza de lo que había emprendido a su favor.

No hay en España monumentos a su memoria, y nadie sabe dónde fue enterrado este extraordinario personaje, que Simón Bolívar en su época llamara El apóstol de la América.

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