25/10/09

¿Cuántos son? ¿Dónde están?

“Pueblos indígenas”, “poblaciones indígenas”, “pueblos originarios”, “minorías étnicas”, “grupos étnicos” y “grupos etnolingüísticos” son algunas de las expresiones que se han utilizado –y, en muchas ocasiones, aún se utilizan- para designar a “los indios”, es decir, a los habitantes de “las Indias” a las que Cristóbal Colón creyó haber llegado en su aventura transoceánica de 1492. “Indígenas”, es decir, el “originario de las Indias” en su acepción más antigua, se ha convertido en el curso de los siglos, según el Diccionario de la Real Academia Española, en el “originario del país de que se trate”.

Bastaría internarse en los documentos de la Organización de las Naciones Unidas (e incluso en los de su antecesora, la Sociedad de las Naciones) relativos al tema para comprobar que esta breve y sintética referencia nos enfrenta a un problema de notable complejidad, cuyas consecuencias no son sólo lingüísticas sino culturales, políticas, económicas, demográficas y jurídicas. Hoy, partiendo de la definición contenida en el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) sobre Pueblos Indígenas y Tribales en Países Independientes, intentaremos mostrar los avances que se han logrado en la identificación de los pueblos indígenas de América, pero también las dificultades con que tropieza esta tarea.
Según la OIT (1989), el convenio se aplica a aquellos pueblos “considerados indígenas por el hecho de descender de poblaciones que habitaban en el país o en una región geográfica a la que pertenece el país en la época de la conquista o la colonización o del establecimiento de las actuales fronteras estatales y que, cualquiera que sea su situación jurídica, conservan todas sus propias instituciones sociales, económicas, culturales y políticas, o parte de ellas.”
El antecedente más lejano de esta definición es el Informe Martínez Cobo, de la ONU (1984) y desde entonces ha influido en constituciones, leyes secundarias, pactos y acuerdos, y en los censos y encuestas sobre población indígena de México, América y el mundo. Como consecuencia de ello, contar o registrar “población indígena” y “pueblos indígenas” son dos tareas distintas e igualmente importantes. ¿Los quechuas que habitan Chile, Argentina y, sobre todo, Bolivia, Perú o Ecuador, deben ser considerados un solo pueblo, con una continuidad desestructurada por las divisiones coloniales, o cinco pueblos distintos insertos en las nacionalidades de las repúblicas constituidas en el siglo XIX? ¿Son los mayas de México, Guatemala y Honduras una sola “nación”, teniendo en cuenta sus raíces comunes, o es posible mostrar características que los distinguen y que no corresponden a las divisiones políticas de los actuales países que cubren zonas de la gran área geográfico-cultural de Mesoamérica?
Los resultados de los censos y encuestas de las dos últimas décadas muestran avances significativos en la identificación de la población indígena, pero también prejuicios excluyentes, debilidades teóricas de las categorías usadas y disparidad en los criterios que impiden las comparaciones entre los países.
En cualquier caso, lo significativo es la necesidad de encontrar acuerdos continentales que cuenten con el aval, la participación y la colaboración de los propios indígenas, de los demógrafos, los historiadores y los antropólogos que, año con año, expresan en los más diversos foros la honda significación de esta tarea, y su impacto (positivo o negativo) en las políticas públicas, las asignaciones presupuestales de los gobiernos, la defensa de los territorios o la preservación y desarrollo de sus culturas y recursos.

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