14/12/08

LA LEYENDA DEL VOLCAN POAS

Costa Rica es un hermoso país de la América Central cuya exótica Geografía exhibe selvas espesas y montañas jalonadas por fieros volcanes. Uno de ellos es el Poás.
En las selvas que se extienden en los alrededores del coloso, viven infinidad de aves cantoras, muchas de ellas con nombres curiosos y muy originales. Sólo una, la más bella por los colores de su plumaje, es muda. Se llama Rualdo y es el principal protagonista de una hermosa leyenda indígena.
Cuenta esta leyenda que hace muchos siglos, antes de la llegada de los conquistadores, el Rualdo era un ave de plumaje corriente pero su canto era el más bello y melodioso de toda la selva.
En los límites de la jungla, cerca del volcán, había un poblado indígena. En una de sus chozas vivía una hermosa muchacha huérfana, amiga de los pájaros...
Todas las mañanas, al dirigirse al río con un pequeño cántaro, la doncella caminaba lentamente, mientras escuchaba extasiada el hermoso canto de las pequeñas aves...
En cierta ocasión, una pareja de Rualdos anidó cerca de su choza. Día a día la joven observaba complacida el alegre ir y venir de los pajaritos, llevando alimentos a su pequeñuelo.
Una mañana...

— Qué extraño, hace dos días no oigo el canto de los rualdos y el pequeño no hace más que piar desesperadamente.
— Algo tuvo que haberle ocurrido a los padres... jamás podrían abandonar a su cría así por así...
— Ven conmigo amiguito, yo te cuidaré hasta que seas grande y fuerte. Conmigo nadie te hará daño.
Desde entonces la muchacha se dedicó con sumo esmero al cuido del indefenso paj arillo. El animalito pronto creció y se hizo vivaz y cantarín, alegrando con sus trinos la morada de la solitaria joven.
El vínculo que se estableció entre el Rualdo y su ama, llegó a ser entrañable. El ave acompañaba a la joven en todo momento y lugar, ella le contaba sus cuitas y confidencias.
Un día...
— ¡La furia del Poás se ha desatado!
La tierra tembló violentamente y los habitantes del poblado salieron de sus chozas, presas del pánico. Mientras bajaban torrentes de lava por las laderas del volcán.
— ¡El dios del volcán está molesto, hay que calmar su furia antes de que sea demasiado tarde!
— ¡Reverenciamos tu grandeza gran dios del fuego y del trueno... compadécete de nosotros!
Los brujos pronunciaban oraciones ininteligibles y le ofrecían al dios volcánico animales y frutas. Mientras tanto, la joven huérfana corrió a esconderse al interior de su choza.
— No temas pequeño Rualdo, pronto pasará la furia del gran dios. El volcán rugía cada vez con mayor furia.
— El gran dios no se conforma con nuestras ofrendas... parece pedir algo más...
— Sí... y yo creo saber que quiere...
El brujo más anciano decidió acercarse a la lava para confirmar sus corazonadas
— Quiere un sacrificio humano
— ¡Soy tu confidente, gran dios del fuego... dime con qué ofrenda calmaremos tu furia!
El monstruo confió sus secretos al gran brujo...
— Quiero en sacrificio a la doncella más hermosa del poblado... la doncella más hermosa del poblado...
— ... La doncella más hermosa del poblado... yo sé bien donde vive... en la vieja choza con su Rualdo.
El brujo convocó a todos los líderes del poblado y los enteró sobre los deseos del dios del Poás.
— No hay tiempo que perder, vamos por esa doncella antes de que sea demasiado tarde.
En el interior de la choza, la joven yacía escondida en un rincón, acompañada de su Rualdo. Su corazón parecía avisarle del peligro que corría su vida.
De pronto...
— Sabemos que estás ahí muchacha, hemos venido por ti para sacrificarte al gran dios del fuego.
— No por favor, no quiero morir.
— Es inútil que implores piedad muchacha, todo el pueblo atiende los deseos del gran dios del volcán.
La doncella pronto comprendió su imposibilidad de luchar contra los designios de su pueblo. Su vida y su belleza eran inevitablemente el precio a pagar para salvar a los suyos de una muerte segura.
— Si me niego al sacrificio, el dios del volcán aniquilará entonces a todo este poblado y yo, de todas formas, moriré. Ofrendaré mi vida para cumplir la voluntad de mi raza y salvar así a muchas vidas inocentes.
Venciendo sus temores, la muchacha se entregó a los supremos sacerdotes.
A lo alto, el monstruo volcánico esperaba impaciente a su víctima.
El sacerdote condujo a la doncella cerca del cráter. Ahí, mascullando oraciones, la dejó en libertad para que avanzara hacia el fuego. No podría ya retroceder, a sus espaldas esperaban los cuchillos del pedernal...
— Por el bien de mi pueblo, por la salvación de mi raza, acógeme en tus entrañas, gran dios del fuego y de la lava...
La muchacha dio unos pasos vacilantes y entonces...
— Gran dios del Poás, te imploro el perdón para mi ama...
Volando en círculos sobre el cráter, mientras burlaba las lenguas de fuego, el Rualdo habló al volcán en el lenguaje misterioso de la naturaleza...
— A cambio de su vida te ofrezco la armonía de mi voz
Y el Rualdo cantó como nunca antes lo había hecho. La maravilla de sus melodiosos trinos vibraron en el ambiente, ahogando el rugido del coloso volcánico.
El Poás se enterneció, la dulzura de los cantos hicieron saltar sus lágrimas, llenándose con ellas el cráter en medio de una gran hu-madera.
El fuego y la lava se extinguieron, ocupando en su lugar una hermosa laguna que cubrió gran parte de la oquedad del volcán.
Testigos maravillados de tan soberbio espectáculo fueron la hermosa doncella huérfana y su noble Rualdo, el cual seguía volando en círculo sobre el enorme cráter...
Las ardientes emanaciones del fuego extinto habían secado su voz para siempre pero el calor doró sus plumas y las matizó de hermosos colores azul y verde.
En adelante la selva jamás volvería a deleitarse con la mágica armonía de sus trinos, pero su hermoso plumaje sería una melodía visual para todos aquellos que gozaban del privilegio de verlo volar sobre bosques y montañas. La doncella regresó a la aldea, en medio del asombro y el silencio reverencial de toda la población.
Cuenta la leyenda que el Poás, ennomblecido por el sacrificio del Rualdo, nunca dejó de llorar. De cuando en cuando deja escapar chorros de vapor caliente... son los llantos tardíos del gran dios del fuego y de la lava...
Oscar Sierra Quintero

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